Las preferencias políticas en nuestra gran América han cambiado. Las mayorías se inclinan –como lo hicieron algunas hace cuarenta años-, hacia la izquierda. Tres décadas de gobierno neoliberales, lograron crecimiento y estabilidad económica, pero no la repartición de la riqueza, al contrario, la concentraron más. Las enormes brechas sociales entre ricos y pobres, medidas por el Coeficiente de Gini o el Índice de Desarrollo Humano (IDH), comprueban que no supimos (o no quisimos), que hubiera mayor equidad y justicia. Cuando los países orientales dominan con sus manufacturas la historia presente y el mundo occidental anglosajón controla marcas, canales de comercialización y capitales, América Latina se inclina por gobiernos que le prometen un desarrollo endógeno, hacia adentro, cerrando las economías.

Enorme dilema tuvimos aquí, pues la estabilidad neo liberal creó grandes monopolios privados, dejando a las empresas del Estado expuestas al juego del mercado. México fue un caso especial. Con estabilidad política y juego democrático, optó por el desarrollo exógeno para insertarnos en la globalización, pero sin la voluntad de atender los grandes reclamos históricos de las mayorías pobres. CONEVAL y el INEGI midieron esas tres décadas de empobrecimiento en nuestro País. La CEPAL reflejó en sus cifras la pauperización de los grupos originarios, de los campesinos y de la clase obrera. Metidos en el discurso de la globalización de nuestra economía, fuimos perdiendo, -empresas, sociedad y gobierno-, la sensibilidad al México Profundo de Bonfil Batalla, el de las mayorías.

Los partidos tradicionales de izquierda en sus mutaciones, no fueron el mejor ejemplo de unidad para poder convocar a un movimiento reivindicatorio que plasmara en las urnas, una alternativa de desarrollo más equitativo. Las mayorías no salieron a votar, salvo en 1988 y en el 2018. En estas dos elecciones decidieron cambiar de rumbo para exigir que la prioridad, fueran quienes menos tienen. Pero esto se repitió en otros países. Chile es en mi opinión, un claro ejemplo en la decisión de reformar una Constitución (la de Pinochet) que privilegiaba al mercado, privatizando lo público y dejando a las mayorías a que fueran presa de la oferta y la demanda.

Pero sucedió en Bolivia, Colombia, Argentina, Perú, y lo será en unos meses en Brasil. La población más pobre salió a votar, pidiendo que haya un cambio en la política social para dar oportunidad a las mayorías. Es probable que poco se pueda cambiar estructuralmente para que la economía sea más solidaria, si estos gobiernos –incluido el de México-, no hacen eficiente a la economía y consideran al Estado solo como el gran benefactor que reparte subsidios sin crear capacidades populares. El caso de México es extremo: tiene la mayor cantidad de subsidios per cápita de toda América Latina, con empresas y proyectos con escasa rentabilidad financiera y con enorme tolerancia a los cárteles del narcotráfico y a las fuerzas armadas.

El caso de El Salvador merece especial atención, pues Bukele decide enfrentar al crimen y a las bandas, bajando espectacularmente los índices de delincuencia e incrementando la renta nacional y, por tanto, los indicadores de calidad de vida. Cero tolerancia y respeto estricto a la ley. Es la vía Singapur hacia la prosperidad en una primera generación que replica sus aprendizajes a las siguientes. Excluyendo del análisis a tres dictaduras (Cuba, Nicaragua y Venezuela), los vientos que vienen del sur, especialmente Chile con su enorme tradición democrática, traen esperanza de que, si logran la concordia que prometen y no la división entre todas las fuerzas políticas, se acuerden los básicos de una nueva convivencia basada en leyes más justas para las mayorías.

Considero que el estilo de liderazgo de Boric en Chile y el de Petro en Colombia, son alentadores, pues sus proyectos incluyen la productividad, la innovación, la economía del conocimiento. Petro es brillante y ha convocado a todos los sectores y su discurso tiene al “conocimiento” como su constante y Boric, la “unidad”. Este camino es importante y aleccionador. La ruta de México diseñada por AMLO es otra: la división y el odio. El aniquilamiento del adversario. Son como sean, los “vientos del sur”, reflejo de que, en todos los ámbitos, quienes más tenemos, debemos aceptar modelos de desarrollo más equitativos, por el bien de todos. 

 

* Consejero local de INE

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