AMLO, el Presidente de la República, es un gran comunicador de masas; gobierna solo para las mayorías, no para todos y es precisamente a ellas es a quienes se dirige. A ellas les habla y convence. Sus burlas, bromas, afrentas, resentimientos y odios, son perfectamente entendidas desde las conferencias mañaneras por ese 55% de paisanos que tienen poco o nada en patrimonio. AMLO, curtido en las plazas públicas y en contacto permanente con las necesidades sociales, traduce todo ello en promesas, en apoyos sociales personalizados y en narrativas que son captadas por el imaginario colectivo de los mexicanos pobres. Cautiva, divierte y encarna en esa manera de pensar que tenemos los mexicanos, al redentor que nos dará todo lo que necesitamos.
Por ello, es comprensible su idea de destruir la Estatua de la Libertad en Nueva York o el usar la canción de Chico Che “Uy qué miedo” o de calificar a sus adversarios como “conservadores”, de culpar al pasado, de repartir culpas, de amenazar a quienes piensan diferente, de envolverse en la bandera nacional frente al yanqui y de prometer a diario la reivindicación social frente a quienes todo lo tienen. Por eso, sus críticas a quienes tienen patrimonio, a los emprendedores, a los aspiracionistas, a quienes cobran un servicio profesional, a quienes tienen un patrimonio. Desde el reverso de la historia, desde la mirada de las mayorías pobres, todos ellos son adversarios. Por eso, toda esta narrativa les es necesaria, y con ellos, sus bonos sociales, crecen. El pueblo, sin saber si hay recesión económica o que el crimen es dueño de territorios o que la inseguridad es la peor de la historia, festejan sus bromas y le aplauden.
Su capacidad de convencer que él no es responsable ni su gobierno, sino que es víctima de sus adversarios, es potente, impresionante. Todo es culpa de otros. Nunca en la historia moderna de México, solo después de Cárdenas y de López Mateos, habíamos tenido a un gobernante que tuviera de su lado al pueblo y lograra esa completa conexión. La misma narrativa de tolerancia hacia los capos y el narcotráfico tiene enorme resonancia en las clases populares, donde tienen ellos precisamente, amplias bases. Es más rentable atacar al poderoso que al crimen organizado, que es finalmente, pueblo. Es un discurso de aceptación de que es válido tener esos medios para obtener ingresos, aunque sea por la vía del crimen.
El enfrentamiento que provoca AMLO, sus arengas nacionalistas frente al “extranjero que siempre nos roba”, tiene un enorme poder de convocatoria. Algunas medidas dictatoriales -que solo Pinochet había tomado, recurriendo a la “seguridad nacional” para decidir sobre obra pública e inversión-, es tomada por los electores como una medida necesaria por un Presidente que solo busca el bien de las mayorías. Por eso, los otros Poderes, el Legislativo y el Judicial, son declarados por AMLO no como contrapesos independientes, sino como grupos corruptos ligados al poder. Los periodistas son calificados como elementos comprados por intereses; los ecologistas que protegen la selva maya son señalados como “corruptos” y “pseudo ambientalistas”.
En esta post verdad que ha inaugurado AMLO desde el 2018, su sexenio se acaba y provoca entre dimes y diretes, cuentos y bromas, videos y burlas, la división entre buenos y malos. En el juego de las corcholatas por la sucesión presidencial (al final de cuentas, su candidato o candidata es quien arrasará en las elecciones el 2024) abre un nuevo capítulo de las campañas anticipadas que el INE no podrá detener. Son cantidades impresionantes de recursos públicos para promover a los candidatos de Morena y su estrategia para acabar con sus opositores como el impresentable “Alito” del PRI, son abiertas para eliminar a todos sus adversarios.
Frente a las violaciones al T-MEC, Estados Unidos y Canadá declaran la guerra legal y el presidente AMLO se declara el adalid de la soberanía nacional y lanza una burla y un desafío a los gigantes del norte que es aplaudida por el pueblo. Burlón como es su estilo, les envía lo que para los diplomáticos sería una estupidez pero que para el pueblo mexicano es una decisión valiente: burlarse del “extraño enemigo”: como cantaba Chico Che: “Uy, qué miedo”.
* Ex Rector UTL