El conflicto comercial de México con sus socios norteamericanos es, quizá, la primera gran cosecha del desgobierno lopezobradorista. En el litigio anunciado se recogen los frutos de lo que se fue sembrando desde diciembre del 2018. No es sorpresa que Canadá y Estados Unidos protesten por las políticas del Gobierno mexicano. Desde hace meses han advertido que nuestro país incumple con lo pactado en el nuevo acuerdo comercial. Ninguna disposición ha existido para escuchar la fuente de la inconformidad.
Un gobernante que no está dispuesto a escuchar opiniones distintas a la suya pide a gritos ser engañado. No busca confrontar la realidad sino escuchar halagos. No integra su equipo para tener pistas de realidad; lo que busca en sus colaboradores son espejos de vanidad. Quiere escucharse en la voz de sus ministros, quiere oír en ellos la reiteración de sus cuatro frases. Quien se atreve a presentarle datos que lo enfadan, quien lo fastidia advirtiéndole las exigencias de ley es de inmediato tachado de traidor. En esa atmósfera, no hay intercambio libre de ideas y perspectivas sino servidumbre. Si su negociador comercial lo engañó es porque ésa es la labor de un gabinete de lacayos. No parece, por cierto, muy difícil engañar al Presidente. Darle por su lado a un dogmático que carece de curiosidad, resulta sencillo. En este caso, bastó mostrarle un párrafo del acuerdo que reproduce su voluntad, sabiendo que no tendrá el cuidado de leer los pormenores de un documento complejo y voluminoso que alteran sustancialmente el sentido de ese fragmento. De su gabinete, el Presidente recibe a diario atole con el dedo.
El conflicto es fruto de otra de las obsesiones del régimen: la demolición de todo centro de competencia técnica en la administración pública. La fobia antitecnocrática nos ha empinado al conflicto y nos desarma para encararlo. Si hubiéramos contado con una Secretaría de Economía responsable, se habrían hecho las advertencias a tiempo. Se habría buscado una conciliación entre los cambios que se buscaban en la política energética y los compromisos norteamericanos. Pero el Presidente desactivó, desde el inicio, las precauciones al interior de su propio equipo. Quiero un gabinete de leales aunque sean ignorantes, dijo, con otras palabras, el Presidente. Todo es sencillo en la administración pública. Si el colaborador es honesto y patriota, aprenderá la disciplina más compleja en unos cuantos días. La universidad, la experiencia profesional, una carrera en el servicio público pervierten el juicio de quienes creen en la nobleza de nuestro proyecto. Por eso ocupa la Secretaría de Economía una mujer que fue una pieza muy valiosa en la comunicación de la campaña presidencial pero que, de comercio, sabe lo que demuestra en cualquier oportunidad. Ella encabezará el equipo mexicano que atenderá los reclamos. ¿Hay alguna razón para imaginar que puede haber una respuesta mínimamente competente?
La administración ha bloqueado su propia racionalidad. La efusión demagógica no se queda en la retórica presidencial: ataca la marcha misma del gobierno. La campaña perpetua, la politización elemental de todo en frentes enemigos incapacita la gestión eficiente de lo público. No hay diagnósticos precisos, acopio de datos confiables, ponderación de alternativas razonables, evaluación objetiva del impacto de las decisiones. La política se reduce a fraseología e impulso. Lemas e intuiciones. Frente al complejo desafío que representa la desavenencia comercial no se asoma una respuesta técnicamente sólida que pudiera aplacar las inconformidades y así defender el interés nacional. Lo que se anticipa son valentonadas ridículas. La ridiculez es, en efecto, una marca cada vez más visible en la política presidencial. Una excentricidad que es risible, por una parte, y alarmante, por la otra. No se puede responder a un reclamo tan serio como el que hacen nuestras contrapartes con el programa matutino de variedades. Mucho menos, con oxidada retórica antiimperialista o nostalgia por la política de masas.
Se ha sembrado demagogia e ineptitud leal. Nos han empapado de espectáculos y distracciones. Se ha atacado a la experiencia como si fuera mala hierba. El conflicto es la cosecha.