No es casualidad que Morena no se presente como partido. Su nombre despliega con orgullo la eme de Movimiento negando la pe de partido. Es moda en muchas partes del mundo que los partidos escondan su naturaleza. Que se llamen foro, asamblea; que adopten un lema como nombre. Pero la aversión de Morena a ser plenamente partido va más allá de las consideraciones mercadológicas. En la pasta misma del lopezobradorismo hay una antipatía por esa política que se canaliza regularmente en procedimientos, que fija reglas firmes, que abre espacios de diálogo. Instrumento al servicio de un caudillo, ha subordinado a la lealtad los procedimientos, reglas y debates.

Se trata de la energía de un descontento más que el instituto de una alternativa electoral. Un ánimo que se identifica con las denuncias y las fórmulas de un caudillo, pero que no ha conformado una organización estable, ni ha construido un programa que vaya más allá del manido fraseario. Morena sigue atado a su origen: una formación creada para respaldar a un caudillo, atrapado por sus simplezas y sus miopías. Acostumbrado a la reverencia, Morena no sabe levantar la vista y no puede imaginar futuro sin dueño. Por eso la mayor de las incertidumbres de este momento es la cohesión del partido gubernamental tras la decisión sucesoria. 

La elección para el congreso de Morena muestra la quiebra institucional de un movimiento que no puede celebrar elecciones internas legalmente y en paz. Las elecciones de este fin de semana estuvieron marcadas por la trampa y la violencia. Por supuesto, el dirigente de ese partido celebra la elección como ejemplar y, naturalmente, “histórica.” Como ha aprendido del padre fundador, el sol puede taparse con una frase. La política es el lugar donde lo que vemos es falso. Si hubo incidentes, fueron menores. Y los culpables son, obviamente, los enemigos del movimiento. 

A pesar de su éxito electoral, a pesar de ser inequívocamente, la organización política más popular en el escenario mexicano, Morena no se ha constituido como un partido. Un partido es una institución porque no solamente ofrece candidaturas a la ciudadanía. Es institución porque define reglas para sus militantes de tal modo que la competencia por el poder camina por rutas confiables. Es cierto que es un partido joven, que apenas hace unos años era el sueño de unos cuantos disidentes de la izquierda y que, de pronto, se convirtió en una maquinaria política portentosa. En ello hay un trabajo innegable a pie de calle y a pie de campo. Mientras otros imaginaban que la nueva política podía desprenderse del contacto directo, los fundadores de Morena recorrieron el País. Así cambiaron el mapa del poder en México. 

Morena es un gigante sin esqueleto. Ahí está la contrahechura esencial de Morena. Una formación enorme y salvaje. La votación de esta semana da cuenta de ambos hechos. Muchos fueron a votar. No es claro cuántos fueron por su propia voluntad y cuántos fueron acarreados; cuántos votaron libremente y cuántos recibieron instrucciones para votar. El caso es que, Morena, como maquinaria de movilización, así sea con aparatos arcaicos e instrumentos antidemocráticos, funciona. ¿Cuántas personas harían cola para elegir a los consejeros del PRI?

Pero Morena funciona sin apego a sus propias reglas, sin respeto a los principios fundamentales de cualquier competencia democrática. La discrepancia entre los postulados y la realidad no podría ser mayor. Han sido los propios morenistas quienes han encabezado la denuncia de la antidemocracia que rige la vida interna de su partido. 

La desastrosa elección interna de Morena servirá para debilitar la exigencia de un proceso abierto para la definición de la candidatura presidencial. En el caos de la elección de los consejeros, los gerentes del partido encontrarán razones para la disciplina cortesana. Unidad en el silencio y la genuflexión. El dedazo vía encuesta tiene el camino abierto. Pero lo que queda cancelado para Morena, resulta indispensable para las oposiciones, si es que pretenden construir una opción. Solamente con elecciones primarias que den a las propuestas tribuna y plataforma, que cursan las candidaturas en una contienda intensa pero civilizada, podrían las oposiciones construir una alternativa para el 2024. El contraste empezaría en la institucionalidad.

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