De regreso a 2007
Asombra de pronto cómo una historia regresa y más todavía saber que no cierran heridas que vienen de una época en que las desapariciones eran casi siempre responsabilidad de instituciones públicas y no, como ahora, de criminales sin control.
El fallo de la Suprema Corte de Justicia que permite investigar a fondo la relación del Ejército Mexicano con la desaparición forzada de dos militantes del grupo guerrillero Ejército Popular Revolucionario, ocurrida hace poco más de 15 años, nos hace asomarnos a aquellos tiempos en que la insurgencia armada y los intentos por someterla propiciaban todo tipo de abusos.
Como se sabe, el fallo de la Corte es fruto de los esfuerzos realizados por familiares de Gabriel Alberto Cruz Sánchez y Edmundo Reyes Amaya, dos militantes del EPR detenidos en Oaxaca el 25 de mayo de 2007 por policías municipales de Oaxaca, puestos a disposición del Ejército mexicano y después desaparecidos.
Vale la pena recordar que el EPR fue una guerrilla de orientación maoísta, surgida de la fusión de muchos grupos distintos, alimentados todos de la larga tradición insurgente que hay en Guerrero, un estado lleno de caciques, abusos y donde las policías ciudadanas armadas están contempladas por la ley, como lo muestra el libro Hermanos en armas, de Luis Hernández Navarro, viejo amigo de la infancia, director de la sección editorial de La Jornada.
Como recordó AM en su edición del viernes, la desaparición de aquellos dos militantes tuvo mes y medio después un inesperado, enorme impacto en Guanajuato, cuando el EPR hizo estallar instalaciones de Pemex para exigir la presentación de Cruz y Reyes, que 15 años después no se concreta todavía.
Compañeros con los que he tenido la fortuna de colaborar todos estos años me ayudaron a reconstruir aquella noche, en la que cuando todo el periódico estaba ya impreso preparamos una sección especial para informar a los guanajuatenses de los estallidos en los ductos de Pemex en Celaya, Salamanca y Valle de Santiago.
Los daños de lo que pensamos había sido un accidente industrial se fueron revelando en toda su magnitud al pasar los días, pero todo cambió radicalmente cuando nuevos ataques confirmaron lo que AM había publicado el sábado 7 de julio: que las autoridades sospechaban que se trataba en realidad de un sabotaje.
La noticia fue recibida con sorna por algunas autoridades y burlas de colegas de la prensa, cuando en realidad para entonces las autoridades sabían que se trataba de una inusitada irrupción del EPR en el centro del país.
Que el grupo guerrillero informara que la ofensiva habían sido perpetrada por integrantes del “destacamento Francisco Javier Mina” añadió un barniz histórico a aquel drama, por el violento homenaje al insurgente vasco que luchó con Pedro Moreno y fue fusilado por los realistas en Pénjamo, hace 205 años.
Una historia y otra historia detrás de otra historia…
¿Y qué pasó esta semana?
Y ya que hablamos de terrorismo, ¿qué pasó en México esta semana? Veía este fin de semana en las redes sociales múltiples voces de los partidarios del gobierno de Andrés Manuel López Obrador que acusan a “la derecha” de promover los ataques en estados gobernados por la oposición para desestabilizar a la Cuarta Transformación.
Del otro lado, críticos del régimen lo acusaban de propiciar los desmanes con el supuesto fin de justificar el decretazo que permita incorporar a la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional o cualquier otra medida posterior que se adopte sin pasar por un Congreso hostil, entre ellas la joya de la corona, la creación de un nuevo organismo electoral.
Me cuesta la verdad pensar que hayamos llegado a tales extremos y prefiero pecar de ingenuo que atender estas opiniones de propagandistas interesados o voces desesperadas capaz de creer cualquier cosa.
A 15 años de los ataques del EPR en el Bajío, a un mes de cumplirse 14 de que se lanzaron granadas contra quienes participaban en la ceremonia del Grito de Independencia en Morelia, me topé también con quienes discuten si lo que tanto sufrimos en Guanajuato y vimos en otras entidades, con tan terribles resultados en Ciudad Juárez, es o no terrorismo.
Parece de pronto que se tratara de una discusión como aquella sobre el sexo de los ángeles, pero creo que tiene en realidad mucho más significado. Fernando Escalante Gonzalbo ha hecho, por lo general a través de Nexos, aportaciones fundamentales al debate sobre la violencia en México. Su análisis sobre la pronunciada (y sorpresiva) disminución de los homicidios en México entre 1990 y 2007 (publicada en 2010) y luego cómo se dispararon a partir de 2009-2009, especialmente en aquella zonas donde se realizaron grandes operativos de seguridad, proporcionaron una base estadística para discutir el fenómeno.
Ahora el autor completa su diagnóstico y plantea una hipótesis que angustia: “el mayor obstáculo está en que se piense la violencia -la delincuencia, el crimen- como si fuese algo ajeno, separado del resto de la vida social, como si existiera en un plano distinto y hubiese que explicarlo con otro lenguaje, otros argumentos, otros datos… . y bien: según yo, la reducción es engañosa, porque la economía de las drogas es una de las claves de la violencia, pero no la única ni mucho menos, y el crimen no es algo que se pueda separar de la economía, la política, la vida cotidiana”.
En Guanajuato la vinculación de la que habla Escalante es clara, sobre todo en relación con el contrabando de combustible, pero cada vez más con el tráfico de drogas y la extorsión. Que la terrible experiencia que vivimos el martes y las primeras horas del miércoles haya sido producto de hechos ocurridos en Jalisco no es motivo de tranquilidad para nosotros, como ya pudimos ver en junio de 2020, cuando la captura de familiares del líder huachicolero José Antonio Yépez desembocó en desmanes similares de parte del grupo rival al que provocó los de la semana que pasó. Para mayor detalle, conviene como siempre leer La Olla de AM.
Joseph Anton
Me enterneció ver el viernes en el portal de uno de los medios más importantes del País una nota sobre el cobarde ataque contra Salman Rushdie que decía que el escritor “presuntamente fue amenazado de muerte por la publicación de su libro Los versos satánicos”.
Joseph Anton (Random House Mondadori 2012) es un libro de 686 páginas, en la edición que tengo y leí, que detalla de manera formidable la experiencia del autor, obligado a la clandestinidad a partir de febrero de 1989, cuando el régimen confesional del ayatola Jomeini lo condenó a muerte por considerar blasfema su obra.
Parece increíble que más de tres décadas después la amenaza se haya concretado, pero no lo es tanto. El fervor de los extremistas carece en muchas ocasiones de límites y la decisión de Rushdie de normalizar su vida condujo sin duda a la desgracia ocurrida, que sin duda mermará la capacidad de un anciano que ha tenido una vida por demás agitada y que a cambio nos ha regalado obras fantásticas.
A partir de mi experiencia periodística, he sido siempre partidario de no ofender y mucho menos a los creyentes, cuyas respetables convicciones van mucho más allá de los razonamientos que empleamos para dirimir otras cuestiones. Pero también creo que la libertad debe estar por encima de todo y que no debe quedar sujeta al arbitrio de fanáticos como los que amenazaron a Rushdie y lo atacaron, y ahora amenazan también a J. K. Rowling, la creadora de Harry Potter, por haber condenado la agresión.
¿Qué ver, qué leer?
A cuatro meses de su aparición, leo Las noches de la peste (Literatura Random House 2022), el libro que el Premio Nobel turco Orhan Pamuk escribió sobre una pandemia y durante otra pandemia (asegura que no le costó encerrarse, “soy escritor, llevo 48 años confinado”).
La novela es espléndida y aunque la clave para los lectores, sobre todo occidentales, es la historia de la pandemia, las tensiones sobre la relación de su País con Occidente y las diferencias entre laicos y musulmanes, han llevado entre otros cosas al autor a tribunales, por supuestamente burlarse del padre de la patria, Mustafa Kemal Atartük, en otra buena muestra de que fundamentalistas hay de todos los colores y sabores.
La verdad es que conviene como casi siempre leer a Pamuk.
MCMH