“Los derechos humanos son, precisamente, para los humanos. Los delincuentes son bestias que no merecen ninguna consideración”.
Así lo tuiteó el pasado 20 de agosto América Rangel Lorenzana, diputada por el distrito 13 en el Congreso de la Ciudad de México, en el contexto de la detención de Jesús Murillo Karam por el caso de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, a quien la Fiscalía General de la República acusa por obstaculización de la justicia, desaparición forzada y tortura.
A la legisladora panista le pareció sospechoso que esos hayan sido los cargos para justificar la detención del exprocurador y padre de “la verdad histórica”, por lo que aprovechó el momento para soltar patadas a las espinillas de López Obrador al asegurar que el presidente prefiere defender a los delincuentes y no a las víctimas.
La diputada provida (¿eh?) que recientemente tuvo la gracia de celebrar que no fue discriminada en el Sonora Grill a pesar de ser morena, tiene este nuevo (y esperemos breve) momento de popularidad por algo nada gracioso, que es respaldar la tortura como práctica válida bajo ciertas condiciones, opinión que, por supuesto, generó tanto rechazo como simpatía.
Entiendo bien por qué buena parte de la sociedad mexicana estaría de acuerdo con que los delincuentes pierdan sus derechos, pues desde hace años, especialmente tras el sexenio del también panista Felipe Calderón, hemos padecido creciente inseguridad que ni los abrazos de Andrés Manuel han logrado frenar, además que gracias a la incompetencia y corrupción da las autoridades, en muchas, muchas ocasiones, los agresores parecen tener más garantías que las víctimas.
No obstante, nunca hay que perder de vista que los derechos humanos son, precisamente, para los humanos (cita involuntaria a la diputada Rangel), condición que no se pierde bajo ninguna circunstancia, incluso ante la mayor de la bajezas.
La legisladora parece ignorar (o de plano le vale) que para garantizar los derechos de TODAS las personas hay leyes, normas e instituciones enteras, de esas que, irónicamente, la oposición a la que América pertenece defiende a cada rato (dicen) de los arrebatos presidenciales.
Frente a los reclamos, la diputada capitalina acusa a quienes disienten de ser “zurdos” que defienden delincuentes, recurso mañoso para confundir y establecer una falsa dicotomía: si no quieres que los delincuentes sean torturados entonces los proteges y te importan más que las víctimas. Exigir justicia para las víctimas y aplicar la ley contra quienes cometen delitos dista mucho de validar la aplicación de tortura.
Supongamos la distopía: ¿quién decidirá quién deja de ser persona? ¿Por qué motivos? ¿Saldrá ella a un balcón para señalar al humano y a la bestia?
Abrir la puerta a la posibilidad de excluir a seres humanos de esta condición ya nos ha llevado a tragedias inenarrables. Llamar bestias a hombres y mujeres que cometen actos terribles, además, nos distrae con la ilusión infantil de creer que los seres humanos somos incapaces de arrastrarnos nosotros mismos hacia el horror, como hacemos todos los días.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo