Pareciera fácil de entender, pues sus definiciones son breves y concisas: “El riesgo es la posibilidad de que se produzca un contratiempo o una desgracia o de que alguien o algo sufra perjuicio o daño”. Sin embargo, envuelto en multitud de contextos y en especial al referirnos a sistemas de salud, el concepto de riesgo se vuelve de difícil comprensión y los mecanismos prácticos para su evaluación, prevención, contención o supresión, apelan a un alto grado de complejidad.
En los últimos años, después de diversos acuerdos, fundamentación jurídica y articulación institucional, se han puesto en marcha multitud de proyectos de mejora continua de la calidad de servicios de atención médica y seguridad de los pacientes a través de procesos de certificación, este concepto entendido como un proceso orientado a demostrar y hacer evidente que los procedimientos de las organizaciones cumplen con los requisitos establecidos en sus normas y reglamentos, acreditando de manera teórico-práctica (es decir, en la palabra y en el hecho) que otorgan servicios de calidad y por ende, se puede confiar en ellos.
Como base y punto de arranque de los emprendimientos de certificación, se apuesta a la identificación y posterior gestión de los riesgos presentes en la organización, como son los de procesos y resultados de los servicios otorgados, así como la probabilidad de falla en los productos finales de atención, para su corrección y evitación de ocurrencia. Si bien es relativamente sencillo apostar a la identificación de problemas, fallas, errores y deficiencias, identificar “riesgos” no es tan simple.
El riesgo es una interacción compleja de varios factores: posibilidades, eventos y consecuencias, los cuales se pueden traducir a estratificación o escala, para lo cual hay que definir gravedad y probabilidad de ocurrencia. La gravedad, entendida como la magnitud de las consecuencias, se encuentra en una relación proporcional con la probabilidad, que estima la certeza de que el evento adverso ocurra. Esta relación es de sumo interés comprenderla, pues es lo que permitirá tomar acciones que son dependientes de la estratificación de riesgo. Esto se vuelve un verdadero arte, puesto que el análisis deberá integrar y maquilar soluciones a combinaciones como eventos de baja gravedad, pero de alta probabilidad de ocurrencia, que afectan a multitud de pacientes y desgastan sistemáticamente a las instituciones o eventos de baja probabilidad de ocurrencia pero que tienen consecuencias de altísima gravedad o catastróficas, pasando por otros escenarios intermedios.
La subjetivación (es decir, sujetar esta ponderación de riesgo a la opinión personal no objetiva de los integrantes de las organizaciones) es sumamente frecuente y desafortunadamente conduce a multitud de errores (sub o sobre estimación de riesgos) con la consecuente toma de decisiones aberrantes, ineficaces o simplemente inútiles para la corrección o mejora de las problemáticas de los sistemas sanitarios.
Es por lo anterior que se vuelve un reto el conformar y consolidar equipos de trabajo que puedan llevar a cabo los procesos de certificación (sustentados en esta estimación de riesgos) ya que se requiere capacitación, adiestramiento y sensibilización sobre el trasfondo racional, lógico, semántico y probabilístico que fundamenta estos ejercicios de estudio y atención integral de riesgos. La falta de establecimiento de estos esquemas de pensamiento, provocan que el arranque y fortalecimiento de los procesos de aseguramiento de la calidad sean lentos o en algunos casos no menos que imposibles.
Es importante, dada esta realidad, la formación de expertos en calidad, certificaciones y los componentes de las mismas, atendiendo a modelar sujetos que puedan comandar de manera sensata, eficaz y eficiente, equipos de trabajo multidisciplinarios que logren identificar riesgos y hacer la labor integral de gestión de los mismos. Esta es una verdadera área de oportunidad en la formación de recursos en salud y valdría la pena incluso integrar su estudio a los planes básicos de enseñanza de las ciencias médicas.
Dr. Juan Manuel Cisneros Carrasco, Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor de especialidad y promotor de la donación altruista de sangre