El trofeo es la ruina. La destrucción se ha convertido en el verdadero orgullo de la “transformación.” Destrozar bancos de inteligencia. Quemar el patrimonio público cultivado durante décadas. Purgar el servicio público de técnicos y llenarlo de fieles. Política pirómana: a la demagogia del Renacimiento Patrio se agrega un propósito concreto de realización inmediata: quemar todo lo que represente el pasado. Tirar a la basura la riqueza heredada por considerarla, toda, podrida. Dilapidar la experiencia, perder fuentes de luz, de conocimiento, de prudencia. Decretar la ignorancia como prioridad nacional. Así ha sido con instituciones de cultura y de educación superior, como el CIDE. Así con órganos autónomos, como la Comisión Nacional de Derechos Humanos. La aniquilación institucional ha seguido distintas estrategias. Asfixiarlas presupuestalmente; hostigarlas todos los días desde la máxima tribuna de la república; someterlas con nombramientos de descarada incompetencia y parcialidad. Dejar sus asientos vacíos para que sean legalmente incapaces de actuar. Hemos sido testigos de una terca y exitosa política de devastación institucional. La convicción de la que parte esta política destructiva es la creencia de que todos los órganos del poder público han de entrar en sintonía, han de subordinarse directamente a la voluntad mayoritaria. Si nosotros ganamos las elecciones, el pastel es todo nuestro. Todos los que levanten un pero a la voluntad del supremo, son un obstáculo que ha de ser removido. No hay razón legítima contra nuestra mayoría. Por eso, todo ha de someterse a una sola voluntad.
Lo que ha pasado esta semana en la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad no es más que el golpe más reciente a la razón autónoma que ha propinado un régimen que no deja de dar muestras de mezquindad. A una institución técnica, fundada por uno de los grandes sabios mexicanos; a una institución que ha integrado, a lo largo de décadas, un reconocido cuerpo de profesionales se envía a un delegado político para anularla.
¿Qué institución más noble que aquella que tiene como labor hacer inventario de nuestro capital natural? Una institución pública dedicada a cuidar nuestra diversidad natural con estudio, difusión y enseñanza. Ejemplo en el mundo, muchas veces premiada, la CONABIO ha cumplido treinta años prestando un servicio valiosísimo al país para conocer y apreciar su patrimonio biológico. ¿Qué conocimiento más urgente que el que cultiva esa institución desde hace tres décadas y que difunde con creatividad? Conocer nuestro patrimonio es indispensable para cuidarlo. La pérdida de diversidad biológica es tan grave como el cambio climático, ha dicho José Sarukhán, hasta hace unos días, coordinador de la CONABIO. Pero parece que el régimen está decidido a quemar la gran biblioteca de la naturaleza mexicana. Desprenderse de los servicios de quienes han integrado millones de registros de plantas, hongos, animales y microorganismos.
Para la máxima posición ejecutiva de esa institución, el gobierno federal ha impuesto a un delegado político cuya principal carta para acceder a esa responsabilidad es haber sido fundador del Movimiento de Regeneración Nacional. La secretaria del Medio Ambiente ignoró las recomendaciones del coordinador que, por reglamento, debía tomar en cuenta. Porque importa la lealtad y no la experiencia, decidió nombrar a un “obradorista de corazón.” La patanería administrativa no dejó otra alternativa al fundador de CONABIO que la renuncia. Los modos no son asunto menor. Estos son los modales del desprecio. Pero no es sólo patanería. Se trata también de una estrategia de hostigamiento a la dignidad de los servidores públicos. Es la arrogancia de quien ejerce el poder sin respeto por los otros, sin necesidad de ofrecer razones, sin compromiso alguno con las reglas.
Es ya muy abultado el inventario de ruinas institucionales que ha producido el régimen. Algunas han muerto, otras se han pervertido hasta el punto de ser casi irreconocibles. Nacieron, de muy distintos impulsos, a lo largo de las décadas y constituían un valiosísimo patrimonio común. No será fácil reconstruirlas.