En el siglo XIX, en una casa de Primero de Mayo, habitaba una joven de apellido Desentis; su habitación tenía un balcón que daba a la calle de primero de mayo tal como existe aun; ella tenía un novio que era militar, el joven aunque muy bien parecido y de buenos sentimientos, no era del agrado de la familia de ella, quienes esperaban un mejor partido para su hija. María de los Ángeles era una joven muy bella y de muy buen corazón, a la que no le importaba la condición económica de la gente y contra todos los argumentos de sus padres, ella creía que su novio tendría un futuro mejor. Mediante cartas que su nana le entregaba, se desarrollo este amor, a escondidas de la familia de ella. Las cartas encendidas de amor que él escribía, todavía se encuentran en los baúles de la familia, como prueba del gran literato que hubiera podido ser él, en lugar de militar.
Un día de noviembre, el Superior de José Guadalupe, sabedor de los grandes esfuerzos que el joven hacia por sobresalir, le comunicó que lo trasladarían a la Ciudad de México, en donde subiría de rango. José Guadalupe aceptó de inmediato, pensando con alegría que con ese nuevo rango, iba a poder asegurarle un futuro estable a María de los Ángeles. Esa noche, su novia leyó un recado que la sobresaltó: José Guadalupe le pedía que abriera el balcón esa noche porque le urgía hablar con ella. A medianoche, cuidándose del Sereno, José Guadalupe trepó al balcón para hablar con María de los Ángeles. Ella se alegró al saber que lo iban a ascender y juntos hicieron mil planes sobre su boda y su futuro juntos. Él le prometió que volvería en cuanto tuviera algo que ofrecerle, ella juro a su vez que lo esperaría. Pasaron las horas y ellos no se cansaban de imaginar como sería su vida juntos, hasta que llegó el amanecer. José Guadalupe se retiro con discreción, no sin antes ponerse de acuerdo sobre su próximo encuentro, él le hablaría por su nombre desde la calle y ella abriría el balcón para ponerse de acuerdo sobre su boda. Antes de partir, José Guadalupe le pidió nuevamente a María de los Ángeles que le jurara que lo iba a esperar, a lo que ella respondió dramáticamente : Te juro que te voy a esperar siempre.
Al otro día José Guadalupe partió rumbo a la ciudad de México, en donde comenzó su nueva rutina de vida con mucha disciplina para poder regresar a pedir la mano de su novia. Tanto esfuerzo ponía en su trabajo y en el combate para lograr mas ascensos que se ponía en la línea de fuego, con consecuencias funestas. José Guadalupe murió con un balazo en el pecho. Nadie le aviso a María de los Ángeles, pues nadie sabía que ella era su novia y la familia de él no era de Tulancingo. Y ella cada noche se quedaba acostada en su cama esperando el momento en que José Guadalupe regresara, alegrándose con cada ruido para luego desilusionarse cuando pasaban de largo. Comenzó a enfermar al pasar de los días y de los meses y no recibir noticias de él. No quería comer y menos dormir, pues temía no escucharlo. A los dos años exactamente de que José Guadalupe partió, María de los Ángeles murió sin querer salir de su habitación, ni levantarse de su cama.
Cuenta la leyenda que si un hombre se para debajo de ese balcón a la medianoche y susurra el nombre “María de los Ángeles” el fantasma de esta mujer enamorada abre el balcón y se asoma para ver si es José Guadalupe a quien juro esperar… siempre.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo