¡Qué costumbre tan salvaje ésta de enterrar a los muertos!”.
Jaime Sabines
Los seres humanos tenemos la añeja costumbre de morirnos. Vemos la muerte como una tragedia, aunque quizá deberíamos celebrar haber vivido. “Vamos a morir y eso nos hace los afortunados”, escribió Richard Dawkins en Unweaving the Rainbow. “La mayor parte de la gente nunca va a morir porque nunca va a nacer. Nosotros los privilegiados, que ganamos la lotería del nacimiento contra todas las probabilidades, ¿cómo podemos quejarnos.?”.
Quizá la queja más importante ante la muerte es cuando nos arrebata la vida de manera temprana, violenta o por circunstancias evitables. Y la verdad es que los mexicanos nos estamos muriendo más. En 2012, por ejemplo, 602,354 mexicanos perdieron la vida por distintas razones; en 2019 ya fueron 747,748. Podríamos pensar que esto se debe a que somos más, pero esa no es la razón: en 2012 la tasa de defunciones era de 52 por cada 10 mil habitantes, en 2019 subió a 59. Y esto fue antes de la pandemia. En 2020 las defunciones registradas fueron 1,086,743, una tasa de 86 por cada 10 mil habitantes y en 2021 se elevaron a 1,122,249, 88 por cada 10 mil mexicanos. Tan solo en esos dos años se perdieron 704,358 vidas en exceso de lo que habría cabido esperar, según estimaciones de canales endémicos. Es una cifra muy alta por una enfermedad que nos dijeron en un principio no era más grave que una gripe. Y no, no es cierto que todos los países del mundo sufrieron la misma situación: el exceso de mortalidad en México ha sido mayor que el de la mayoría de las naciones.
Uno puede lamentar que en México no se hayan tomado medidas adecuadas para reducir las muertes por covid-19, pero cuando menos queda la justificación de que las epidemias son actos de la naturaleza que han cobrado vidas humanas desde el primer momento de nuestra historia. A esta tragedia sanitaria, sin embargo, tenemos que añadir la de las muertes violentas.
En 2021 se registraron en nuestro país 35,700 muertes por agresiones. Hoy, que hasta la muerte se politiza, hay quien quiere ver un lado positivo. El número, nos dicen, es más bajo que los 36,773 de 2020, y lo es; hay quien celebra incluso que sea inferior a las 140,729 muertes por diabetes, que es una forma de minusvalorar la tragedia de la violencia. Los homicidios, sin embargo, son la principal causa de muerte de los mexicanos de 15 a 34 años, una tragedia que sofoca vidas en el momento en que éstas son más productivas y que deberían tener mayor futuro.
La respuesta de este gobierno ha sido siempre la misma: “es culpa de Calderón”. Es verdad que Felipe Calderón lanzó en 2006 una campaña contra el crimen organizado que hizo que aumentara el número de homicidios dolosos en el país, pero eso fue hace 16 años. ¿Son las muertes de hoy todavía culpa de Calderón? En todo el sexenio de Calderón se registraron 120,463 homicidios, 55 diarios; en lo que va del sexenio de López Obrador, y hasta el 31 de octubre, se han registrado 137,965 homicidios, 96 cada día.
Es cierto que “la muerte solo es un síntoma de que hubo vida”, como afirmó Mario Benedetti. Javier Valdez, el periodista sinaloense asesinado en 2017, comentaba con arrojo: “Cohabitamos con la muerte. Copulamos con ella, se ríe de nosotros, nos besa. Pero seguimos todos estos años”. Los mexicanos siempre hemos pretendido que la muerte no nos atemoriza, pero esto no ha impedido que se vuelva una compañera cada vez más asidua, que arranca vidas antes y en mayor número de lo que debería.
Mentiras
AMLO declaró ayer: “Si Sergio Sarmiento presentara prueba [de que hay un acuerdo con el cártel de Sinaloa] renuncio a la Presidencia, porque lo que estimo más importante en mi vida es mi honestidad, pero él está acostumbrado a mentir”. Señor Presidente: si se tomara la molestia de leer lo que escribo, sabría que nunca he dicho que usted tenga un acuerdo con algún cártel. Yo no miento, señor Presidente.
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