El odio no puede expulsar el odio, solo el amor lo puede hacer”.
Martin Luther King, Jr.
Para un político que afirma “yo no odio, soy pacifista”, “soy feliz”, la manera en que el presidente López Obrador se refiere a quienes tienen ideas distintas a las suyas es extraordinariamente virulenta. Nada más este 7 de noviembre se refirió a quienes quieren participar en la marcha por la democracia del 13 de noviembre como “muy corruptos, muy rateros”, “una cúpula de poder económico y político con achichincles, voceros y despistados, aspiracionistas que buscan llegar a ser fifís”, “todos esos, aunque vayan a misa los domingos, no le tienen amor al pueblo, y son racistas en su mayoría, clasistas y muy hipócritas”.
Me imagino el rechazo de la sociedad si cualquier otro presidente se hubiera expresado así de sus opositores. En el México de hoy, sin embargo, esto es apenas un día normal de vituperios desde la mañanera. Una de las funciones políticas del presidente es, al parecer, repartir calificativos de odio a quienes piensan distinto.
México no es el único país en el que esto está ocurriendo. Donald Trump hizo igualmente costumbre lanzar descalificaciones e insultos contra opositores y críticos. Jair Bolsonaro lo hizo en Brasil. En Europa y Latinoamérica han proliferado también los populistas intolerantes y agresivos.
Lo peor es que políticamente funciona. Si bien Bolsonaro perdió una cerrada elección presidencial este 30 de octubre frente a Luiz Inácio Lula da Silva, que mantuvo siempre una actitud respetuosa hacia su rival, los aliados de Bolsonaro conservaron el control del Congreso y de muchos gobiernos estatales. El errático régimen de Bolsonaro y su irresponsable manejo de la pandemia no fueron suficientes para acabar con su movimiento. Hoy está en posición de hacerle la vida imposible a Lula, y de aspirar a regresar al Palacio de Planalto más adelante.
Trump cometió faltas muy graves como presidente de Estados Unidos. Ejerció el poder de manera autoritaria e hizo caso omiso de las leyes. Desde antes de las elecciones de 2020 anunció que no reconocería una derrota y desde entonces ha promovido la mentira de que perdió por un fraude. Presionó abiertamente a los responsables de los recuentos electorales, como al secretario de estado de Georgia, para que le consiguieran votos que no recibió. Lo peor fue cuando el 6 de enero de 2021 azuzó a una multitud para tomar con violencia el Capitolio en un intento por revertir la ratificación del voto del colegio electoral. Presionó abiertamente al vicepresidente Mike Pence para que votara contra la ratificación, pero éste se negó. Pese a todo, Trump es el aspirante más popular para la candidatura presidencial republicana de 2024, y si se enfrentara nuevamente a Biden en una elección presidencial podría ganar.
El caso de López Obrador es también muy claro. Las descalificaciones e insultos a quienes piensan diferente no solo no han afectado su popularidad, sino que la han fortalecido. Hay razones para pensar, incluso, que el presidente le ha recomendado al secretario de gobernación, Adán Augusto López, que sea más agresivo y descalifique a la oposición para volverse más popular. La fórmula parece estar funcionando.
Es lamentable que insultar a los opositores tenga tan buenos rendimientos políticos. Hay quien piensa que esta intolerancia es fruto de las redes sociales. No lo sé. Pero es claro que a López Obrador, quien se precia de ser un pacifista que vive sin odios, le gusta repartir odio entre quienes tienen puntos de vista diferentes a los suyos.
Bartra
Es y ha sido siempre un pensador de izquierda. Que AMLO considere a Roger Bartra como un “ideólogo abierto. del bloque conservador” revela lo lejano que está él mismo de la izquierda democrática. Que afirme que Krauze “lo convenció”, exhibe su intolerancia, como si nadie pudiera llegar por sí mismo a conclusiones diferentes a las suyas.
www.sergiosarmiento.com