“Lo que se busca. es fortalecer la democracia en nuestro país, protegerla, porque todavía hay riesgos de fraudes electorales”. 

Andrés Manuel López Obrador

 

El Presidente y sus colaboradores le han dedicado mucho tiempo y esfuerzo a descalificar las marchas del 13 de noviembre. Esto sugiere que les preocupan.

López Obrador, siempre hiriente y descalificador con quienes piensan distinto a él, declaró ayer: “Lo que más molesta es la hipocresía, la simulación. Yo creo que fue muy importante la marcha de ayer, fue como una especie de striptease político público del conservadurismo en México. En el fondo los que se manifestaron ayer lo hicieron en contra de la transformación que se está llevando en el país. Lo hicieron a favor de los privilegios que ellos tenían antes. Lo hicieron a favor de la corrupción, lo hicieron a favor del racismo, a favor del clasismo, de la discriminación”.

Desde Tuxpan, Veracruz, ya en campaña electoral, Claudia Sheinbaum declaró el domingo: “Fíjense ustedes nada más. Hoy hubo una marcha, allá en la ciudad y otras ciudades del país. No juntaron más que. unos cuantos miles de personas; marchaban, según esto, para defender al INE”.

¿Cuántos fueron esos “cuantos miles”? Sheinbaum no aclaró. Su secretario de gobierno, Martí Batres, afirmó el mismo domingo que entre 10 mil y 12 mil. Supongo que pensó que con esa cifra quedaría bien con el Presidente, pero el propio López Obrador estimó ayer entre 50 mil y 60 mil. La cifra real es probablemente mayor, pero el otro lado también exagera. Varios simpatizantes de la marcha me mandaron la misma imagen de un cálculo hecho con la aplicación Crowd Density de Checkingmaps.com que apuntaba 810,378 personas. Esta cifra, sin embargo, habría requerido tres personas por metro cuadrado en 270,126 metros cuadrados del Paseo de la Reforma, desde la estela de Luz hasta la glorieta del Caballito. Un cálculo más realista sería quizá de 200 mil o 250 mil personas solo en la capital, aunque hubo marchas en decenas de otras ciudades del país. Es cierto, sin embargo, que la mayor parte de los participantes fueron de clase media y no de clases populares; y la clase media es una minoría en nuestro país.

Pienso que el número de los participantes no importa demasiado. Es insensato tratar de demostrar quién puede sacar a más gente a la calle. Estoy seguro de que, con los recursos y la experiencia que tiene, el Presidente podría organizar una marcha de mayor tamaño en el momento que quisiera. Nadie maneja mejor que él la política de manipulación de masas del viejo PRI. La batalla de los demócratas no debe fundamentarse en cuántas personas pueden salir a las calles, sino en la injusticia de desmantelar un sistema que, a pesar de todos sus defectos y sus elevados costos, nos ha dado las primeras alternancias pacíficas del poder en la historia.

Las reformas electorales que tuvimos desde 1977 hasta 1996 vinieron siempre de las exigencias de la oposición; cada una fue abriendo de manera gradual el sistema de partido hegemónico que sufríamos. Entiendo que, una vez en el poder, el Presidente quiere impedir que su movimiento pierda elecciones en el futuro, pero tratar de impedir la alternancia no es democrático.

El Presidente tiene una fuerza inusitada. Un día sí y otro también presume su popularidad. Tiene la posibilidad de hacer lo que hicieron Hugo Chávez en Venezuela o Daniel Ortega en Nicaragua: garantizar que su partido se vuelva hegemónico. También puede optar por mantener esa democracia que le permitió llegar al poder. Eso es lo que haría un verdadero demócrata.

Promesas

El canciller Ebrard prometió que México reducirá en 35% la emisión de gases de efecto invernadero para 2030. Dice que esto se logrará con proyectos como el Tren Maya, de diésel, y Sembrando Vida. Mientras tanto, el gobierno cierra instalaciones eólicas que ya funcionan y rechaza permiso para construir nuevas plantas de energía limpia. 

www.sergiosarmiento.com

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