La inteligencia de esa criatura conocida como multitud es la raíz cuadrada del número de personas en ella”.
Terry Pratchett
La plaza pública enamora a los políticos. Hablar ante la multitud genera una emisión de adrenalina que intoxica y entusiasma. Por eso José López Portillo, tras su patético último informe de gobierno, con un país que se le caía de las manos, organizó el 3 de septiembre de 1982 una movilización al Zócalo para darse a sí mismo apoyo por la estatización de la banca y el control generalizado de cambios.
En el libro Vamos a ganar Adolfo Aguilar Zinser narró cómo Cuauhtémoc Cárdenas y sus compañeros del PRD estaban convencidos de que las plazas llenas de la campaña de 1994 garantizaban el triunfo en las elecciones presidenciales. Pero esas plazas repletas de gente del pueblo, deseosa no solo de un cambio político sino de un triunfo de la izquierda, y que contrastaban con los mítines de acarreados del candidato del PRI, Ernesto Zedillo, o las presentaciones ante escasas concurrencias del panista Diego Fernández de Cevallos, crearon una imagen falsa. Aunque las encuestas decían que estaba en tercer lugar, Cárdenas pensaba que esto se debía a que los encuestadores mentían. Las plazas llenas eran la garantía de la verdadera opinión del pueblo.
En 1994 no hubo fraude, como en las elecciones de 1988 manejadas por Manuel Bartlett. Ya había un Instituto Federal Electoral independiente, pese a que todavía mantenía el “cordón umbilical”, como lo llamó Andrés Manuel López Obrador en 1997, con la Secretaría de Gobernación. Zedillo, sin embargo, triunfó con 48.69 por ciento de los votos. En segundo lugar, quedó Diego, con 25.92 por ciento. Cuauhtémoc finalizó en un lejano tercer puesto, con 16.59 por ciento. Cuando finalmente se produjo la primera derrota del PRI, en el 2000, no fue para Cárdenas en su tercer intento, a pesar de las plazas llenas, sino para el panista Vicente Fox.
La ilusión de las plazas llenas ha persistido en otras campañas de la izquierda. López Obrador decidió no presentarse al primer debate presidencial de 2006, el 25 de abril, en lo que dijo era “una estrategia”. Las plazas llenas lo convencían de que no tenía por qué debatir contra rivales inferiores. Si bien acudió al segundo debate, el 6 de junio, cayó derrotado en la votación del 2 de julio por escaso margen, 0.58 por ciento, ante el panista Felipe Calderón. Lo poco o mucho que le hubiera aportado ese primer debate pudo haber sido la diferencia. Pecado de arrogancia.
López Obrador triunfó en su tercera campaña, en 2018, apoyado por reglas que garantizaban la equidad. Curiosamente, esas mismas reglas son las que quiere enmendar ahora, porque ya en el poder no le interesa que la oposición goce de las mismas oportunidades que él tuvo en 2018. La contrarreforma electoral es uno de los objetivos clave de su gobierno.
Con su marcha programada para el 27 de noviembre, el presidente está ya empezando la campaña para el 2024. En su conferencia de prensa del 17 de noviembre hizo un llamado abierto a los ciudadanos a votar por los candidatos de su partido. La adrenalina de la marcha al Zócalo le llenará los sentidos. No hay duda de que atraerá una concurrencia enorme.
La gran pregunta es si el entusiasmo de la multitud le garantizará no solo un nuevo sistema electoral que favorezca a su movimiento, sino un impulso al triunfo al que aspira en 2024. Las plazas llenas pueden ser engañosas. A veces hacen pensar en una victoria asegurada, sin entender que no todos los ciudadanos salen a la calle a manifestarse. Lo pudo atestiguar López Portillo en 1982, quien a pesar de la nutrida movilización del 3 de septiembre terminó siendo arrojado al basurero de la historia.
Sabina
Al presentar un documental sobre su vida, el cantante español Joaquín Sabina lamentó “el fracaso del comunismo”. Dijo: “Ahora ya no soy tan de izquierdas porque tengo ojos y oídos para ver lo que está pasando”.
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