“Todo revolucionario acaba siendo opresor o hereje”.
Albert Camus
En la mitología nacional la Revolución, así, con mayúscula, fue una gesta histórica de héroes populares, como Pancho Villa y Emiliano Zapata, que se levantaron en armas contra una dictadura para dar al pueblo tierra y libertad. Hasta hoy el gobierno festeja esta lucha con desfiles.
La realidad es más compleja. La Revolución fue una violenta guerra fratricida. Empezó en 1910 con una rebelión contra Porfirio Díaz, quien se había eternizado en el poder pese a haberlo conquistado con la bandera de la “No reelección”. Esta etapa, sin embargo, duró poco. Díaz se exilió para no ver a México sumido en un baño de sangre. Francisco Madero fue electo presidente en 1911, pero dos años después el general Victoriano Huerta lo derrocó y asesinó. Huerta cayó derrotado en 1914, pero los revolucionarios se enfrascaron en una lucha entre ellos para conquistar el poder.
Ni siquiera la promulgación de la Constitución de 1917 calmó los ánimos. El presidente Venustiano Carranza fue asesinado en 1920. A Álvaro Obregón, presidente de 1920 a 1924, lo sucedió su compañero de armas, Plutarco Elías Calles, pero se reeligió en 1928, y también fue asesinado. Elías Calles fundó en 1929 el Partido Nacional Revolucionario, antecesor del PRI, para que los revolucionarios compartieran el poder sin pegarse de balazos. Dio inicio así un régimen de partido único que duró hasta fines del siglo XX. Los revolucionarios sobrevivientes se enriquecieron al amparo del poder. La sabiduría popular sentenció: “Les hizo justicia la Revolución”.
Diana Palmer, personaje de la nueva novela Revolución de Arturo Pérez-Reverte, caracteriza así las revoluciones: “Tragedias heroicas que acaban en vodeviles grotescos, beneficiando a los de siempre. Pocos revolucionarios siguen siéndolo cuando alcanzan el poder”. Si la Revolución empezó ante el entusiasmo del pueblo, pronto se convirtió en justificación de abusos, ejecuciones, torturas, robos y violaciones. Genovevo Garza, otro personaje de la novela, rememora: “Cuando empezábamos la revolución, que llegabas a un pueblito, salían todos a echarnos vivas y hasta con banda de música nos festejaban. Orita, nomás nos ven asomar todos pelan gallo”. Otro personaje, el indio Sarmiento, sentencia: “La revolución solo les importaba mientras estuvieran abajo; una vez arriba, se pondrían cómodos… Y así fue, ¿qué no?”.
El censo de 1910 registró 15.2 millones de habitantes en nuestro país; el de 1921, 14.3 millones. Por eso se ha dicho que la Revolución cobró un millón de vidas. Sin embargo, las batallas, con excepción de la de Celaya, no fueron demasiado mortíferas. A veces las ejecuciones sumarias de prisioneros o civiles eran más sangrientas. Muchos murieron por enfermedades, como la gripe española de 1918-1919, o por hambre; otros se exiliaron, principalmente a Estados Unidos. En ese período la población mexicana crecía un millón por década, por lo que la pérdida total de habitantes no fue de uno sino de dos millones.
La Revolución no nos dio democracia, sino una nueva dictadura, ahora de partido. Dicen que generó prosperidad, pero no más que en los países que no tuvieron una revolución. Muchas naciones más pobres rebasaron a México sin guerras civiles.
Los políticos del siglo XX promovieron el mito de la gesta heroica para conseguir legitimidad. Hoy que el gobierno quiere recuperar las prácticas del viejo PRI, conmemora una guerra que provocó enormes sufrimientos al pueblo, pero que enriqueció y dio poderes autoritarios a una nueva clase de políticos, que no ha abandonado el poder.
Qatar
¿Qatar o Catar? La Real Academia Española dice hoy Catar, como defiende cuórum ante quórum, aunque hasta hace poco recomendaba Qatar. La qaf árabe, tiene un sonido gutural distinto a la /c/. En la lista en español de miembros de las Naciones Unidas se escribe Qatar. Este es el nombre oficial.
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