“Si, soy un mito. Un mito muy especial que se crea a sí mismo. Las mejores mentiras sobre mí son las que yo mismo he contado”
El nombre del viento, de P. Rothfuss
¿Cómo se convierte alguien en un mito? ¿Acaso se puede trabajar intensamente para ello, tener un plan delineado? ¿O, simplemente, ocurre? Los mitos son parte de nuestra vida cotidiana. Entran a ella sin pedir permiso y, de pronto, ya están instalados y guiándonos. Pero vivir en libertad exige saber que un mito es tal. A la raíz: ¿qué es un mito? La RAE responde “…una narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico”. Los mitos vienen acompañados de una narración. Los de la creación del mundo, son infinitos: de Adán y Eva en adelante. Lo fascinante del caso es que siguen apareciendo. Vayamos a algunos recientes.
Cuatro jóvenes tocando en un pequeño lugar underground de Liverpool, son descubiertos por otro joven, Brian Epstein, “el quinto Beatle”. Cuatro nombres que obtendrían una fuerza mitológica. De escarabajo beetle, a ritmo, latido, beat. Ventas millonarias, tumultos a su alrededor. Un hito en la historia musical. La falda blanca que se eleva juguetona impulsada por una corriente de aire. Aparecen las bellas piernas de…Marilyn Monroe. Old blue eyes is back, Regresa “la voz” en español fue uno de sus álbumes más vendidos. No requirió su nombre en la cubierta. La leyenda cuenta que, después de un largo silencio, grabó el disco en una mañana. La reina Isabel II, ayudada por las circunstancias y el tiempo, era un mito viviente. Maradona para estos tiempos futboleros. Elvis o el “Gabo”.
Un biólogo y matemático estadounidense, Joseph Campbell, se convirtió en quizá el teórico más sistemático de los mitos. Su obra es vasta. Junto con Bill Moyers, publicó un texto de gran impacto: El poder del mito. Nada nuevo, salvo que Campbell estableció una fórmula de estudio de cómo nacen, crecen y se nutren los mitos. Pero no todas las figuras mitológicas encarnadas tienen garantizada su supervivencia. Cuando la narrativa propuesta fracasa, los personajes se desmoronan. La muerte del mito entierra seres humanos. Imaginemos que al papa Francisco, el franciscano por convicción, el jesuita por formación, le descubrieran amantes o fortunas. Se iría… al infierno.
El mito de López Obrador y su 4T se desmorona ante nuestros ojos. Nada de “honestidad valiente”; nada de “… no mentir”, se le cuentan por miles; nepotismo y amiguismo por todas partes; ¿disminuir las desigualdades sociales?; ¿medicamentos gratuitos en las zonas marginadas?; ¿servicio universal de salud a la mitad del sexenio?; “Se fomentarán…la ciencia y la tecnología”, ¿acaso fue broma?; 100 universidades nuevas; ¿descentralización?; se acabará con la impunidad.
Con las embestidas a nuestra democracia, la imagen de la permanente víctima, estalla. La retórica de una gestión, ya no digamos de izquierda, progresista, sensible, se desquebraja frente al daño causado a decenas millones de mexicanos pobres. La cancelación del Seguro Popular, el desabasto de medicinas, el desprecio hacia la mujer y la niñez ofende a todos y hiere a los más pobres. ¿Cómo explicarlo? En el Índice de progreso social 2021, regresamos a niveles del 2015. La migración a EU es similar al 2000. La violencia sólo crece. ¿Transformación? No, regresión abrupta. Todo falso. El combustible del mito se agota. Los votos hablan: más de 30 millones en el 2018, que se convirtieron en 21 en el 21, que se desplomaron a 5, con todo y los antifaces de asaltantes sobre los rostros de los expresidentes. Con la mañosa consulta sobre revocación -ratificación- del mandato subieron a 15 millones. Y ahora, en la desesperación, ¡una marcha contra los ciudadanos marchistas!
El mito muere, están “fuera del tiempo histórico” y se creen “divinos o heroicos”. Enterrar el mito será muy sano para nuestra democracia. El problema es que la bestia herida da zarpazos.