Elecciones y masacres
¿Se imagina usted que alguien le reclamara a Brenda Canchola Elizarraz, Consejera Presidente del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato, creado en 1995, porque “hubo una masacre terrible” el 2 de enero de 1946 en la Plaza Principal de León, donde murieron “ciudadanos mexicanos que se manifestaban en forma pacífica y lo único que pretendían era que se respetara el derecho al voto y hubo fraude electoral”?
Así de disparatados sonaron los argumentos de Rosario Piedra Ibarra, presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, quien el miércoles 23 de noviembre justificó con otra masacre -los entrecomillados del párrafo anterior son citas suyas- la recomendación emitida para atacar al Instituto Nacional Electoral, en defensa de la reforma que promueve el Gobierno federal en la materia.
Los argumentos de Piedra, que se han hecho famosos, surgieron durante una reunión con diputados federales, y la Presidenta se refería, recuerda Proceso, a la represión a una protesta pacífica en la Alameda Central de la Ciudad de México por el resultado de la elección presidencial de 1952, que le otorgó el triunfo a Adolfo Ruiz Cortines. El Instituto Federal Electoral fue fundado casi cuatro décadas después, en 1990, y se convirtió en Instituto Nacional Electoral (INE) en 2014.
Las circunstancias personales de Piedra Ibarra son del todo respetables. La desaparición de su hermano Jesús, un joven regiomontano que se incorporó a la guerrilla, fue detenido y desapareció sin dejar rastro de su destino final, marcó a toda su familia e inspiró la lucha de su madre, Rosario Ibarra, quien hizo visible como nadie antes el drama de los desaparecidos, en una época en que la mayoría de los casos eran responsabilidad de las autoridades, no como ocurre ahora.
Pero de ahí a que esa experiencia familiar la haya llevado al cargo que ocupa, como señaló expresamente el presidente Andrés Manuel López Obrador en su momento, y provoque argumentos como el que expresó esta semana, no hace sino confirmar el proceso de debilitamiento del organismo.
¿Nace una estrella?
Me sorprendió el mensaje que el ex presidente Donald Trump mandó para expresar sus parabienes por la celebración de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), en la capital mexicana. Y no tanto por el hecho, puesto que ya se ha dicho que el organismo se ha convertido en un instrumento más del magnate, sino por el tono cariñoso en que se refirió, dos veces en apenas unos minutos, a la cabeza visible del grupo ultraderechista en México. Eduardo Verástegui.
La reunión de los conservadores conquistó la atención de la prensa, que cubrió el evento y luego llegó a los espacios editoriales, donde hubo interesantes análisis, como el de Carlos Puig que sostuvo que “no hay que equivocarse, lo peor de la derecha mexicana, esa que se abraza con el fascismo y elogia a los autoritarios de cualquier parte del mundo, esa que se emocionó muchísimo el fin de semana cuando por fin logró tener en Ciudad de México la reunión de CPAC, la principal organización ultraconservadora estadunidense; no es solo una organización de ‘derecha’, es hoy en día una organización trumpista, con todo y lo que eso significa para México y millones de mexicanos que llevan años hostigados por ese movimiento”.
Durante la cumbre hubo muchos pronunciamientos que llamaron la atención, como las advertencias del gurú de la derecha Steve Bannon contra el voto electrónico, y las proclamas de Eduardo Bolsonario, hijo del presidente brasileño que tanto admira Neymar, quien arremetió además contra los jueces por la libertad de Lula, y quien en plena euforia, soltó que “aquí está el futuro presidente de México, que además de inteligente, es guapo”.
Sin palabras. Verástegui es bien conocido por sus posturas conservadoras en materia social y en defensa de la vida, pero es evidente cómo ha afinado su mensaje para adaptarlo al polarizado momento que padece México. De acuerdo con una de las crónicas que publicó El País sobre la reunión, señaló que “no nos quedaremos de brazos cruzados”, acusó a la derecha clásica de ser “lobos disfrazados de cordero”, una “derechita cobarde” y sostuvo que, la verdadera derecha está “huérfana”, “queremos construir un movimiento conservador en todo el hemisferio, con líderes bien preparados. Con la ayuda de Dios comenzamos nuestra labor”, sostuvo. Habrá que seguirlos de ahora en adelante.
Por cierto, penoso ver en la reunión a Lech Walesa, aunque sus advertencias por el cambio climático chocaron con las posturas negacionistas que allí se expresaron.
¿Qué ver, qué leer?
Me tocó acudir a algunos de los primeros conciertos que dio en México Pablo Milanés, en una época en la que conservaba la simpatía por la revolución cubana y disfrutaba de muchos de sus artistas. Recuerdo con emoción los recitales de Irakere, una banda fabulosa, y de Síntesis, un extraño grupo de rock progresivo que nos asombró a todos en el Auditorio Nacional del entonces DF. Conservo de aquella época LPs de ambos conjuntos, con un sonido pésimo.
Pablo Milanés y Silvio Rodríguez se cocieron aparte. No solo por su talento para componer magníficas canciones, sino por haberse convertido en eficaces propagandistas de un régimen que se ha perpetuado con los resultados que saltan a la vista.
Ahora que Milanés se ha ido -otro poeta muerto lejos del hogar- me tocó leer múltiples comentarios de quienes resaltaron cómo había alimentado sus ideales y su devoción por la revolución cubana. Y muy pocos de ellos, casi nadie, mencionaron el hecho de que el artista terminó desencantado del castrismo y fuera de la isla.
En El País, Mauricio Vicent recordó que los choques del artista con el régimen se remontaban a 1993, cuando había cerrado la Fundación Pablo Milanés, denunciando al Ministerio cubano de Cultura por incompetente y “frenar y obstaculizar”. Gabriel García Márquez, cuenta el autor, intentó sin éxito mediar entre el cantor y Fidel Castro, pero la brecha nunca se cerró.
Tampoco la pasión por su País. “Pese a sus sonadas discrepancias con la Revolución y sus duras denuncias políticas por lo sucedido en la isla, que las autoridades recibían como puñaladas, aunque sin meterse directamente con él pues su altura era demasiada, Pablo nunca quiso irse de Cuba”. Y sostiene Vicent que aunque muriera lejos de ella, en realidad nunca se fue.
El dilema lo reflejó muy bien el periodista cubano Rolando Meléndez en una pieza titulada “O eres de Pablo Milanés, o eres de Silvio Rodríguez”, también publicada en El País, que platica como “de los rumores se pasó a la certeza a causa de un par de declaraciones: Pablo Milanés salió del armario revolucionario, es decir, ya no cree en la Revolución, y en cambio Silvio… A partir de entonces Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, ya adultos para el pueblo, dejaron de ser las dos caras de la misma moneda, para convertirse en cara y cruz”. Una historia por demás interesante.
MCMH