El carísimo desfile del domingo, organizado por el austero gobierno de López Obrador, denota, una vez más, que en materia de asignación de recursos va antes el culto a la personalidad del mesías, que la compra de medicamentos o el mantenimiento del Metro. No es novedad. Sí lo es el flagrante descaro con el que se acarreó a gente -incluso de sitios remotos- pagándoles por asistir o amenazándolos en caso de no hacerlo.
Organizar un evento así con recursos del Estado es ilegal y grave. ¿Se ha hecho antes? Sin duda. Pero había un asomo de recato. Otra vez contradicen su narrativa de ser diferentes. El Presidente y su partido se asumen por encima de la ley, al igual que sus posibles sucesores, quienes diario hacen -sin pudor- actos anticipados de campaña ilegales, también con recursos de procedencia cuestionable. Viene una elección donde no respetarán las reglas y quizá tampoco el resultado.
Evidentemente, no sólo desfilaron acarreados. Pero ellos mismos sabían que los espontáneos no serían remotamente suficientes, por lo que agotaron su persuasivo arsenal para trasegar más asistentes, tratando al pueblo como bultos útiles para la foto. Difícil condenar a quien fue para preservar su fuente de trabajo, su permiso para vender en la vía pública o incluso a quien le venían bien la torta y los 300 pesos ofrecidos. Lo que de verdad no entiendo es por qué líderes de cúpulas empresariales fueron a besar el anillo, sometiéndose a la soberbia y narcisismo presidencial. Es inquietante la presencia ahí de quienes presiden el Consejo Mexicano de Negocios y el Consejo Coordinador Empresarial.
Me pregunto si ambos marcharon semanas antes en defensa de nuestra democracia. Sería escandaloso que no lo hayan hecho. Pero avalar con su presencia un circo flagrantemente ilegal es indigno, por decir lo menos. Al agacharse así, desde sus posiciones de liderazgo, someten y deshonran a los empresarios que representan. Muchos de ellos encontraron ofensiva su presencia. Una vez más, entiendo que a nadie le convendría un altercado con el gobierno. Pero entre enfrentarse y ponerse de hinojos hay amplio espacio para cuidar la dignidad.
Estar presentes en un acto así se interpreta como una prematura claudicación ante una contienda electoral que ya dan por perdida. Si el obradorismo es imbatible, más vale acomodarse, rendirse temprano en busca de una clemencia que jamás recibirán. Olvidan que detrás de este gobierno viene otro aún más ideológico, uno que sí sería de izquierda y que, por pragmático que acabe siendo, los rechazará por dogma.
Es comprensible que muchos empresarios, particularmente aquellos con negocios concesionados, prefieran la mesura. Lo que sigo sin entender es que, a excepción de Coparmex, las cúpulas empresariales no hayan usado su fuerza gremial para oponerse a lo que evidentemente nos afecta a todos. Ahí está el grotesco embate contra nuestra democracia. Ahí está la absurda e ignorante Ley de la Industria Eléctrica que pone en riesgo nuestra vital relación comercial en la región, justo cuando se nos presenta la mejor oportunidad que hemos tenido en una generación para despegar en lo económico. Eso sí, la inversión ha caído. Muchos de quienes defienden la sumisión no perderán, pero el país sí lo hará. Otra vez, millones de jóvenes tendrán que optar por migrar, dejándolo todo atrás, para buscar oportunidades reales.
Lo peor de asumir que Morena es invencible es que esa posición ignora la evidencia histórica. Todos los gobiernos previos se han debilitado en el último tercio del sexenio. Éste no será la excepción, particularmente porque crece la posibilidad de una recesión internacional el próximo año. La 4T cosechará lo que su evidente ineptitud y su ignorante destrucción han sembrado. Muchos no repetirán el error de darles su voto.
Con una buena candidatura de oposición -unida- y protegiendo con toda el alma al árbitro electoral, una derrota de Morena no sólo es posible, sino probable (particularmente si Sheinbaum es candidata).
Agacharse prematuramente denota miopía, en el mejor de los casos; poquedad en el peor.
@jorgesuarezv