Lorenzo Meyer, el historiador favorito del presidente López Obrador, definía hace más de 30 años al corporativismo en México como el “arreglo ideal para la creación y sostenimiento de un sistema autoritario”.
El pasado 27 de noviembre en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México vimos el clímax del culto a la personalidad de un líder autoritario. En las calles aledañas a Reforma atestiguamos la materialización de un retroceso más en la cuenta del gobierno de López Obrador: el resurgimiento del corporativismo en nuestro país. Ese corporativismo que se instaló en México hace un siglo con el Partido Nacional Revolucionario y que evolucionó y se consolidó con el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
El corporativismo, de manera simplista, lo entiendo como la organización de la sociedad como mecanismo de representación política mediante grupos o corporaciones que actúan como elemento de control sobre sus miembros individuales: el gobierno se arregla con un sindicato, copta a los líderes, y estos se encargan de que todos sus agremiados sigan sus directrices e instrucciones políticas.
¿Qué vimos hace un par de domingos, en la marcha convocada por López Obrador? Cientos de camiones provenientes de todas las entidades federativas que se estacionaron alrededor de las calles del centro de la ciudad. Los gobernadores actuando como líderes sindicales. Los alcaldes más destacados también. Cada uno tenía que cubrir su cuota y, a cambio de eso, se mantenía en gracia con el líder. También los militares le entraron al corporativismo: llegaron camiones con soldados vestidos de civil para nutrir la marcha, todo un mensaje. Mantas de contingentes organizados por estado y otros por alcaldía, gafetes que identificaban el grupo y la procedencia, leyendas de “Honor y fuerza sindical”, tamales, tortas, jugos. Banderas impresas impecablemente. Gorras, inflables, playeras. Como si el reloj político hubiera retrocedido décadas, circuló en redes sociales una carta firmada por la presidenta de la Asociación de Comerciantes de Tepito, que instruía la participación obligatoria de cada tendero con dos acompañantes, con la amenaza de que de incumplir se le descansaría toda la temporada 22-23, o sea, se quedaría sin trabajo en la mejor época del año. Era un mensaje.
¿Qué mejor momento para que este arreglo del que hablaba el historiador Lorenzo Meyer retome fuerza como herramienta de poder y control, que el que estamos viviendo en México? ¿Qué mejor figura para abanderar el resurgimiento de los cotos de poder que Andrés Manuel López Obrador? ¿Qué mejor “corporación” que Morena para controlar a sus miembros, si es justo el control la base sobre la que se fundó el partido y ha sido el modus operandi?
Vamos en reversa. La fiesta del ego del domingo no tiene nada que ver con la democracia. Es otro capítulo de lo que hemos ido atestiguando: el retroceso constante en la ruta democrática de México. López Obrador se equivocó de década.

historiasreportero@gmail.com

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