Terminó la copa del mundo Qatar 2022. Futbolísticamente, historia. Una de las mejores finales, un jugador que marca una época. Cayeron favoritos, se consolidaron otros, hubo sorpresas, estrellas que nacen y otras que se van despidiendo. Destaco, por deformación profesional, que nunca antes un mundial había desatado tanta discusión política.
Irán. Apuntamos ayer el caso de Amir Nasr-Azadani, seleccionado de 26 años quien enfrenta una sentencia de muerte por haber participado activamente en defensa de los derechos de las mujeres. La selección iraní en su primer partido se negó a cantar su himno nacional en protesta por el asesinato de la joven Masha Amini y el abuso al que el régimen somete a las mujeres. La afición aplaudió el gesto. Los amenazaron a todos con enfrentar la justicia a su regreso.
En su primer partido, la selección inglesa se arrodilló contra el racismo. El uniforme de Dinamarca deslavó marca y escudo en protesta contra la situación de derechos humanos en Qatar y las muertes de trabajadores en la construcción de los estadios: “no queremos ser visibles en un torneo que ha costado la vida a miles de personas”.
La selección alemana posó para la fotografía oficial tapándose la boca en protesta porque censuraron su deseo de portar brazaletes con la leyenda “One Love” sobre un corazón de arcoíris en apoyo a la comunidad LGBTQ+. El brazalete lo llevarían capitanes de 7 selecciones, pero la FIFA los censuró, amenazándolos con sanciones económicas y administrativas, tarjetas amarillas e incluso la expulsión. Líderes políticos europeos terminaron usando los brazaletes en los palcos de invitados especiales y un aficionado corrió por la cancha con una bandera de arcoíris, un mensaje para las mujeres de Irán y otro en apoyo a Ucrania.
Todas estas posturas a favor de la equidad, los derechos humanos y las garantías individuales son señales de que como sociedad hemos abierto los ojos cada vez más a las faltas y abusos. Es la utilización justa e histórica de un foro inempatable para denunciar que globalmente debemos exigir mejores condiciones para las minorías.
Ante todo esto, la FIFA vive un momento definitorio para su futuro como institución global. Tiene que decidir si quiere ser moderna y evolucionar junto con las demandas sociales o si quiere morir inflexible en la defensa de los intereses caducos.
La FIFA se la vive haciendo política. No puede seguir impidiendo a los jugadores expresarse políticamente. No puede caer en la incongruencia de perseguir por años un grito en las gradas mientras prohíbe el uso de un brazalete en contra de la homofobia. No puede presumir el futbol femenino y asociarse con regímenes que suprimen derechos.
Si la FIFA, que ha sido sistemáticamente denunciada por corrupción y conflictos de interés, comete el error de creerse por encima de las demandas sociales e inmune al paso del tiempo, estará acercando el silbatazo final de su propio juego.