Por Thomas Gibbons-Neff y Natalia Yermak, de The New York Times, en exclusiva para AM en Guanajuato.
Bajdut, Ucrania.- La pizza miniatura que Andriy Shved vende en la ciudad de Bajmut, al este de Ucrania, tan solo tarda en calentarse poco más de un minuto en el microondas. En ese periodo, podría caer un proyectil de alto poder explosivo y destrozar las ventanas, mutilar a los clientes o demoler su puesto de tentempiés en un vecindario en el que cada vez retumba más el bombardeo de la artillería rusa.
Sin embargo, a pesar de los riesgos que conlleva cualquier pedido, la tarta rectangular de queso, carne y eneldo es un éxito de ventas entre los soldados y residentes ucranianos que conforman la clientela menguante. Shved cree que su puesto de comida es el último que queda abierto en la maltrecha ciudad, un campo de batalla fundamental en una guerra que casi ha durado diez meses.
“En la mañana, los bombardeos son de las ocho a las nueve de la mañana. Luego, por la tarde, son de las dos a las cuatro de la tarde”, comentó Shved, de 41 años, con un suspiro. “Si llega, pues llega: no hay nada que podamos hacer”.
La férrea defensa ucraniana de la ciudad se ha convertido en un símbolo de orgullo y solidaridad para la nación, de donde surge la consigna unificadora de “Resiste, Bajmut”. El miércoles por la noche, en una aparición mediática ante el Congreso de Estados Unidos, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, le entregó una bandera ucraniana firmada por soldados que luchaban en Bajmut a la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.
El día anterior, Zelenski visitó la ciudad y se reunió con algunos de los soldados. Shved, quien estaba en su negocio, dijo que no había visto al líder de su país y que sin duda el presidente “no me compró belyashi”, para referirse a sus bolas de masa.
Shved hace todo lo posible por mantener la cafetería abierta, ignorando los regaños de su esposa y ocultándole dónde trabaja a su hija de 7 años: “No puedo abandonar a los perros y los gatos”, comentó impávido, para referirse a los animales callejeros que deambulan por su negocio, en busca de comida regalada.
Todos los días, alrededor de las ocho de la mañana, Shved conduce desde la ciudad vecina de Chasiv Yar hasta Bajmut, un viaje de unos 25 minutos que incluye pasar por al menos un puesto de control militar ucraniano. Su rutina y rostro se han vuelto tan familiares que los soldados le dejaron de preguntar, en su mayor parte, por qué se dirige hacia una de las ciudades más bombardeadas de Ucrania.
Su cafetería no tiene nombre. Debido a su ubicación, Shved se refiere a él simplemente como la “Parada de autobuses” o la “Parada”, el cual maneja desde principios del verano, cuando los dueños anteriores abandonaron la ciudad y le dejaron las llaves.
El verano fue una época diferente para la Parada de autobuses. Bajmut sufría bombardeos ocasionales, pero nada parecido a lo que ocurre ahora. Las fuerzas rusas estaban ocupadas asediando las ciudades de Severodonetsk y Lisichansk, a unos 48 kilómetros al noreste.
Cuando el clima era templado, Bajmut era un centro logístico del ejército ucraniano y todavía la habitaba una gran parte de la población civil que había antes de la guerra. La principal competencia de la Parada de autobuses (un puesto de shawarma llamado Dzhoker) seguía abierto y el flujo de clientes en ambos establecimientos —en especial a la hora del almuerzo— parecía interminable.
“Mira, todo ha cambiado desde el verano”, recordó Shved en una entrevista a finales del mes pasado enfrente de su puesto. El estruendo de los bombardeos hacía eco a la distancia junto con el castañeteo de los disparos. “Los autobuses solían pasar por aquí”, hizo notar.
Los soldados rusos capturaron Severodonetsk en junio, Lisichansk en julio y luego pusieron la mira en Bajmut. En los meses siguientes, los autobuses de la ciudad dejaron de circular. Las fuerzas de Moscú se acercaron más. Los proyectiles empezaron a caer en la ciudad con mayor frecuencia. Mucha gente evacuó y luego lo hizo todavía más. Dzhoker cerró sus puertas y colocó un cartel escrito a mano en su ventana que decía “Cerrado” (en ruso).
Sin embargo, a pesar de todo, la Parada de autobuses permaneció abierta.
Bajmut alguna vez tuvo una población de unos 70.000 habitantes, pero no está claro cuántos quedan ahora. En una visita realizada este mes, el mercado al aire libre de la parte occidental de la ciudad atrajo a decenas de personas, pero, en el resto de la ciudad, muchos residentes estaban confinados en sus fríos sótanos y sus apartamentos con las ventanas destrozadas.
La gente se ha quedado en Bajmut por muchas razones: familiares enfermos, ningún lugar adonde ir, falta de dinero, sentimientos prorrusos, amor por su hogar. No obstante, sin importar la razón, deben comer, aunque aventurarse a hacerlo requiere valor.
“La gente tiene miedo. Miedo a salir. Puedes estar sentado todo el día y vendrán unas cinco personas”, comentó Shved, para referirse a los días de bombardeos intensos. La noche anterior, un proyectil había caído en el estacionamiento de Dzhoker y dañó parte del edificio.
Solía haber una multitud de soldados ucranianos formados en fila. Ahora, algunos salen de sus búnkeres subterráneos, cruzan la calle con rapidez, hacen un pedido y regresan a sus moradas protegidas contra proyectiles. Shved cobra alrededor de un dólar por pizza. Sabe bastante bien.
“Muchos de ellos me dicen: ‘Gracias por seguir aquí’”, comentó Shved para referirse a los soldados. “De hecho, no hay agua caliente ni nada y, si hicieron algo todo el día, vuelven hambrientos, pero no hay electricidad y no todo el mundo tiene generadores”.
Por lo tanto, Shved pone en marcha el generador que le donaron unos voluntarios, programa 1 minuto y 20 segundos en el microondas, calienta una pizza y apaga el generador inmediatamente después.
“No se puede vivir mucho tiempo con comida fría”, dijo.
En efecto, la comida y el clima solo se han vuelto más fríos en Bajmut, mientras miles de soldados ucranianos y rusos luchan por defender o tomar la ciudad y ambos bandos sufren terribles bajas.
La Parada de autobuses no es una operación de una sola persona. Allí está Vasya, un hombre de 70 años enjuto y desarreglado que camina a su trabajo desde el lado oriental de Bajmut, una de las zonas más peligrosas de la ciudad, donde las fuerzas rusas, principalmente mercenarios de Wagner, intentan abrir una brecha en las defensas.
Shved heredó a Vasya cuando los dueños del negocio se fueron. Con tan pocos clientes, Vasya no tiene mucho que hacer, pero sigue con su rutina: caminar con lentitud por su vecindario destrozado a causa de los proyectiles, cruzar el puente casi destruido del centro de Bajmut y llegar a la Parada de autobuses.
“Vasya hace de todo. Corta la leña, lava los platos, mantiene las cosas en orden. En general, lo mantiene todo ordenado”, comentó Shved con cariño. “Es un superhéroe”.
Y la Parada de autobuses no sería una cafetería sin su chef. Irina, quien vive en el centro de Bajmut, viene con regularidad y prepara las bolas de masa, las pizzas y los pasteles, con el generador o usando una estufa de gas, antes de volver a casa.
Mientras Shved explicaba cómo funciona la Parada en tiempos de guerra, un hombre vestido en un sucio conjunto deportivo se acercó a la ventanilla para comprar bolas de masa y unas chuletas de cerdo.
Shved le preguntó a su cliente si quería que encendiera el generador para calentarle la comida. El cliente se negó. Los bombardeos tronaban a la distancia, esta vez más fuertes y cercanos. Se acercaban las dos de la tarde y era hora de que Shved se fuera a casa. No esperaba que mañana fuera diferente.
“¿Un día normal?”, preguntó Shved. “Es el ‘Día de la Marmota’”.
c.2022 The New York Times Company
HEP