El presidente López Obrador tuvo un amigo cercano que lo acompañó durante al menos 12 años en su carrera política hacia Palacio. Lo sigue estos últimos cuatro años, instalado ya en el poder. Cuentan que en el cuarto año, el sistema presidencialista llega a su cúspide para entrar en un declive suave y luego precipitado al final del sexenio.
Es cuando los interesados en el futuro comienzan a levantar el vuelo. Muchos de ellos no resisten la tentación de pasar por alto al antiguo líder en busca de la sucesora o el sucesor. Muchos lo consideran una traición pero, los más, tienen prevista la partida. Saben que la traición llega como el ocaso.
El amigo más cercano, más íntimo del Presidente lo abandonará en pocos meses.Comenzará por ignorarlo, por no obedecer a píe juntillas las indicaciones o las órdenes que quiera darle. No es Ricardo Monreal el líder en el Senado, alejado desde hace tiempo de Palacio e insultado desde Campeche con la complacencia de López Obrador. Tampoco es Germán Martínez, quien hace buen rato se fue al grupo plural. Ninguno de sus ex funcionarios tiene la dimensión para convertirse en pocos meses en su peor enemigo.
Aunque no lo identifica del todo, el enemigo presidencial lo acecha de la misma forma en la que lo ayudó durante largos años. Antes era su coach, su consejero que le daba el espacio y la experiencia para aprender de sus errores y aprovechar los fracasos de sus adversarios. La lealtad no estaba en duda. No es César Yáñez su escudero y acompañante; tampoco Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard. A ellos les queda más camino de fingimiento y tal vez nunca rompan del todo, incluso cuando uno de los dos sea ungido candidato.
Ningún personaje tiene el poder del nuevo antagonista, del más fuerte, persistente e infranqueable. Muchos temían que ese enemigo nunca llegase, cuando la reelección y la autocracia estaban sobre la mesa. Fidel Castro jamás enfrentó un enemigo del tamaño que hoy tiene López Obrador. Tampoco lo tiene hasta hoy Nicolás Maduro.
El punto de inflexión, donde muestra su rostro, puede ser el frustrado arribo de la ministra Yasmín Esquivel Mossa a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, o el atentado contra el periodista Ciro Gómez Leyva, o el apriete que viene desde la Casa Blanca por los temas incómodos de la energía, el maíz transgénico o la migración.
Hasta hoy Andrés Manuel parece no reconocerlo en sus mañaneras. De repente hace una mueca o suelta una palabra referida a él. Pero está distraído, como lo estuvo Cayo Julio César cuando lo acuchillaron sus cercanos en la antigua Roma.
El enemigo no tiene rostro, ni forma, ni sabe del bien o del mal, ni puede ser detenido en un sistema sin reelección como es el nuestro.
El enemigo es el tiempo. (524 días para la elección, 644 para el 30 de septiembre de 2024).
Antes fue leal porque le dio espacio para recorrer durante doce años el País y predicar sus promesas. El tiempo fue su amigo mientras rebasaba a sus adversarios, mientras le permitió construir su movimiento y todo el andamiaje para vivir y mandar desde Palacio.
El viento lo tenía a favor, ahora cambia de dirección en 180 grados y lo tiene de frente. A quienes llama sus “adversarios” lo saben y arrecian el paso en los medios de comunicación, y con toda su fuerza en las redes sociales.
Nunca lo podrá derrotar.