El escándalo por el plagio de la tesis de licenciatura de la ministra Yasmín Esquivel se suma a una lista interminable en México y en el mundo. Hay de todo.
En 1991 el académico de Stanford, Clayborne Carson expuso el plagio cometido por Martin Luther King; para entonces, King estaba muerto y la comisión de la Universidad de Boston que analizó su trabajo consideró que, pese a las chapuzas a la hora de citar, había hecho una “contribución inteligente” al conocimiento (Larry Gordon, Los Angeles Times, 11 de octubre de 1991). Un caso menos conocido es el del expresidente de Hungría, Pál Schmitt, quien en 2012 dimitió cuando después de meses de presión, una comisión de la Universidad de Semmelweis que le había otorgado el título determinó en un minucioso informe, que el político había cometido plagio (Silvia Blanco, El País, 2 de abril de 2012).
Me detengo en este último porque, pese a las evidencias, Schmitt -al igual que Esquivel- pregonaba su inocencia con argumentos ciertamente insostenibles. En el caso húngaro, el presidente tenía el respaldo del primer ministro, a quien él había nombrado en el cargo. Por su parte, Yasmín Esquivel es la candidata de Andrés Manuel López Obrador a presidenta de la Suprema Corte. El avorazado político húngaro se había plagiado un ¡94% de su tesis! al parecer, la ministra mexicana no anda muy lejos de ese porcentaje.
Nuestra universidad nacional actuó con celeridad y concluyó que la tesis de la ministra Esquivel de 1987 sí tenía “similitudes” con una presentada un año antes. Curioso el recato de la UNAM cuando la ministra copió casi todo el texto. Esquivel nos ha regalado opiniones, cuando nos faltan hechos. ¿Por qué las dos tesis son casi idénticas? ¿Por qué la asesora no detectó las enormes similitudes?
Estamos ante otro tema de corrupción sistémica. Para Beatriz Guillén (El País, 23 de diciembre de 2022), el caso Esquivel destapó “una cadena de plagios en la UNAM”, según el reportaje, hay una tesis madre canibalizada por al menos cinco tesistas. El asunto despide un fortísimo olor a un negocio bien estructurado.
Definitivamente, el rector y el claustro académico de la UNAM nos deben una investigación modélica seguida por una ofensiva contra el tráfico de grados. La verdadera transformación vendrá de la sociedad. El interés por el caso Esquivel es enorme. Solamente en Twitter el comunicado oficial de la UNAM anunciando “el alto nivel de coincidencias” acumuló más de 7 millones de vistas entre el 23 y el 26 de diciembre.
La otra vertiente del caso es la posibilidad de que una sola persona, Andrés Manuel López Obrador, ponga en la cúspide del Poder Judicial a una incondicional. Importa porque ya controla al Ejecutivo y una mayoría simple del Legislativo; al país no le conviene tanta concentración de poder. Esa es una de las grandes lecciones de nuestra historia.
Afortunadamente tenemos libertad de expresión. Eso nos permite señalar las contradicciones y peso de las filias y fobias presidenciales. Para justificar a Esquivel, López Obrador se erigió en el juez que, después de invocar la Biblia, comparó a Esquivel con Enrique Krauze y Guillermo Sheridan, para concluir que los académicos le “han hecho más daño al país”.
El razonamiento es un despropósito. Krauze tiene una sólida obra académica y Sheridan simplemente sacó a la luz la evidencia de un plagio. A cada quién según sus aportaciones. Sheridan hizo la verificación del historial de Yasmín Esquivel que debería haber realizado el equipo presidencial antes de que él la propusiera como ministra.
El lance también expone la profundidad del resentimiento presidencial hacia académicos y científicos; como candidato los cortejó, como presidente no ha cejado de acosarlos e insultarlos. Se trasluce su enorme desconfianza hacia el conocimiento sin darse cuenta de que darles tanto peso a sus intuiciones obnubila su capacidad de discernimiento y toma de decisiones.
Nos falta lo principal, el dictamen de la UNAM. La evidencia disponible me permite concluir que sería una afrenta a la inteligencia, y una capitulación al ejecutivo que los pares de Esquivel en la Suprema Corte la elijan presidenta el 2 de enero. Necesitamos un poder judicial autónomo e íntegro, no personeros de caudillajes iluminados.
@sergioaguayo