Dos semanas antes de la Nochebuena vi la serie de Netflix “Tormenta de Navidad”. En los seis capítulos se narraba la problemática de cada personaje y el motivo por el cual se encontraba en el aeropuerto de Oslo donde habían quedado atrapados, ya que los vuelos se habían suspendido por las condiciones climáticas. Las carreteras también eran peligrosas, ya que las nevadas habían cubierto la superficie y el hielo podía provocar que los vehículos derraparan. Pensé que era una historia de ficción exagerada que además resultaba distante a mi imaginación, ya que en un país como México es una situación improbable. Nunca hubiera imaginado verme en una problemática parecida. A la semana siguiente, tres días antes de Navidad, me encontré viviendo una historia semejante a la de la serie.  

Durante dos años, el COVID impidió que estuviéramos juntos en familia. Uno de mis hijos vive en Hong Kong. El punto de encuentro para todos en este año, fue Vancouver. Mi esposo, una de mis hijas y yo volábamos desde León vía Houston para conectar con Denver y llegar a Canadá. El tardado pase migratorio del primer punto impidió que pudiéramos hacer la conexión. Nos informaron que la línea aérea nos encontraría un vuelo a Vancouver. Resulta que no había lugar en ningún avión y lo peor es que debido a las fuertes nevadas empezaban a cerrar aeropuertos. La desilusión de no ver a mis hijos que ya se encontraban en Vancouver empezó a apoderarse de mí. Finalmente nos ofrecieron la opción de llegar a Seattle que se encuentra a tres horas de la frontera colindante con la ciudad donde queríamos llegar. Horas después aterrizamos, pero nuestras maletas no llegaron. Dormimos en Seattle para al día siguiente investigar el paradero de nuestro equipaje. Nos dijeron que era probable que ese día llegaría, pero hasta la noche. Otra tormenta se avecinaba y cerrarían el aeropuerto de Vancouver y las carreteras se tornarían imposibles para transitar. Optamos por tomar un taxi que nos llevara a la frontera y ahí mis hijos nos recogieran. Acordamos que la aerolínea enviara nuestro equipaje a Whistler que era donde pasaríamos la Navidad.  

La posibilidad de no estar todos juntos en esas fechas significativas para nosotros me provocaba gran tristeza y ansiedad. Pasadas las tres horas de camino que nos distanciaban familiarmente, pudimos encontrarnos y fundirnos en largos abrazos. La emoción de vernos y haber podido superar los obstáculos era inmensa. De haber tomado el vuelo a Denver rumbo a Vancouver nos hubiera deparado estancarnos tres días ahí debido a las tormentas.  

Al no tener equipaje compramos el mínimo indispensable para sobrevivir al frío amenazante. Para nuestra suerte rentaban ropa de esquiar y pudimos disfrutar de la montaña. Nada impidió nuestra diversión. El hecho de estar juntos sobrepasaba las adversidades e incomodidad de no tener el vestuario adecuado que meses antes habíamos conseguido. Platicar lo que habíamos hecho durante esos dos años, reírnos y abrazarnos era la felicidad. Ya estamos de regreso y ¡las maletas todavía no aparecen!

LALC

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *