Por Armando Fuentes, Catón. 

¿Qué se puede decir de dos hombres que tienen relaciones de fornicio con una sola mujer? De la mujer no se puede decir nada, por aquello del empoderamiento femenino, pero a los hombres se les puede motejar con muchos y variados adjetivos. En esa situación irregular se hallaban don Procacio y don Salazo, socios en la empresa PS y Co. Ambos salían con su linda asistente Rosibel. (Eso de “salían” es eufemismo, pues lo que hacían era precisamente lo contrario). Tomaban turnos: un fin de semana con uno; el siguiente con el otro. Mas no se equivocaba la sentencia popular: de los besos y abracijos nacen hijos. A resultas de esos encuentros semanales, y de la falta de precauciones (el Metro no es caso único), Rosibel quedó in the family way, como dicen los americanos, o sea embarazada, y a los nueve meses dio a luz. Don Procacio, pesaroso y cariacontecido, le dio la noticia a su socio: “Rosibel tuvo gemelitos. Desgraciadamente el mío no se logró”. Cosa difícil es evadir la responsabilidad que a cada uno le toca. La UNAM es mi alma mater (una de ellas). Mis cuatro lectores no me lo creerán, pero cursé estudios en tres de sus facultades: la de Derecho, la de Ciencias Políticas y Sociales, y la de Filosofía y Letras. Guardo perpetua memoria de insignes maestros a cuyas aulas acudí. Ignacio Burgoa, Andrés Serra Rojas, Ernesto Gutiérrez y González en la de Derecho; Luis R. Cuéllar y Luis Recasens Siches en la de Ciencias Políticas, entonces todavía en Mascarones; Pablo Martínez del Río, Eusebio Castro, María del Carmen Millán, Demetrio Frangos, Margarita Quijano, Rafael Salinas, en la de Filosofía y Letras. Ellos entre otros muchos catedráticos de mérito. Por eso me duele ver ahora en entredicho a la máxima Casa de Estudios por una causa mínima: el evidente fraude académico en que incurrió Yasmín Esquivel, actual ministra de la Suprema Corte de Justicia, quien debería hacer dimisión de su cargo por el bien de México, de ese órgano judicial, de la UNAM y del Presidente que la ha impulsado y protegido. Cuente la señora con que no se quedará sin chamba: a “la pobre abogada” se le puede dar una embajada, o en última instancia archivarla, como se hizo en otro bochornoso caso, el de Pedro Salmerón Sanginés. Amo a la Universidad, y pienso que el doctor Graue ha sido un buen rector. No puede, sin embargo, lavarse las manos en esta cuestión. De la UNAM se espera la decisión final acerca de la validez o invalidez del título de la ministra que, según todas las evidencias, plagió la tesis con la que obtuvo la licenciatura. No caben aquí argumentos legaloides ni preocupaciones de política. Si el rector evade la responsabilidad que en el asunto le compete incurrirá en el más grave error de su administración, y se le recordará por esta omisión más que por cualquier cosa que haya hecho al frente de la rectoría. No puede aparecer como cómplice de la 4T en un flagrante episodio de impunidad, ni rendirse ante el poder presidencial y solapar una acción con todos los visos de corrupta. El espíritu universitario, que es espíritu de verdad, de bien, de dignidad, no debe callar en este caso. Ese silencio atentaría contra el prestigio de la Universidad, y la avergonzaría. Manida es la expresión, pero hay que decir que el rector tiene la palabra. Me temo que en la anterior perorata he asumido el pedantesco tono del dómine de férula y palmeta. Mea culpa. Yo estoy para ser corregido, no para corregir. Si alguien en su conciencia lleva un adarme como de apotecario o farmacéutico, yo en la mía cargo un yunque como de herrador. Pero lo dicho dicho está. FIN.

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