El hambre y la pérdida forman un caleidoscopio en Somalia, pero una escena destaca en mi visita: una madre, Fardosa Ahmed, confiesa de manera tímida que tuvo ocho hijos, pero cuatro han muerto y ahora teme que podría perder un quinto, su hija Catiko, quien está enferma, débil e inmóvil.
La voz temblorosa de Fardosa sirve como recordatorio del posible costo humano de la hambruna que se avecina esta primavera. Funcionarios de Naciones Unidas alzan la voz tan fuerte como les es posible sobre esta catástrofe inminente, la cual refleja la conjunción de dos fuerzas globales impulsadas por Occidente y dependerá de nosotros elegir cuál prevalece.
La primera es el cambio climático, que muchos creen que es un factor en la sequía que está acabando con los cultivos y el ganado en este lugar. El cambio climático es complicado, pero considero que Fardosa no estaría a punto de perder a su quinto hijo si no hubiéramos basado nuestro estándar de vida en la expulsión de carbono a la atmósfera durante más de un siglo.
La segunda fuerza global es una más prometedora: la revolución en la mortalidad infantil que ya ha salvado decenas de millones de vidas y nos permite ayudar a niños somalíes este año si esa es una prioridad.
Una medida de nuestros avances en cuanto a la capacidad de salvar vidas infantiles: según un análisis de datos, en épocas tan recientes como los años veinte, la tasa de mortalidad infantil en Estados Unidos era más alta de lo que es en Somalia en la actualidad y, desde entonces, se ha desplomado en Estados Unidos más del 95 por ciento. En 1960, la mortalidad infantil era más alta en México, Brasil, China y Turquía de lo que es hoy en Somalia.
Sabemos cómo salvar la vida de los niños. En la Unicef, durante las décadas de los ochenta y los noventa, un director ejecutivo estadounidense llamado James Grant (desde mi perspectiva, el funcionario de Naciones Unidas más importante de la historia) supervisó una iniciativa que redujo las tasas de mortalidad en el mundo en desarrollo y salvó tal vez 25 millones de vidas. Si erigimos estatuas de héroes con base en su impacto en el mundo, debería haber bustos de Grant en cada plaza pública.
Todo esto subraya que vivimos en una era de milagros, cuando es posible multiplicar hogazas de pan y pescados, alimentar a los hambrientos y superar a la misma muerte. Además, podemos hacer esto con procesos asombrosamente baratos.
Por ejemplo, tenemos a Ubax Muhamad, una niña de 5 años que conocí y que pesa solo 9 kilogramos. Según Unicef, prevenir este tipo de desnutrición aguda grave en Somalia puede costar tan poco como 15 centavos de dólar al día. La versión moderna del maná del cielo es una variante de crema de maní alta en energía llamada Plumpy’Nut, que cuesta 57 dólares el cartón y le dura a un niño con desnutrición grave alrededor de dos meses.
Otra forma efectiva de combatir la desnutrición no necesita tecnología: la promoción de la lactancia exclusiva. Solo cerca de un tercio de las madres somalíes dan pecho de manera exclusiva durante seis meses y una organización sin fines de lucro muy respetada que se dedica al tema de la lactancia, Alive & Thrive, estima que se podría salvar la vida de casi 10,000 niños somalíes al año con una lactancia óptima.
Un factor es la mala opinión que se tiene del calostro, la primera leche con muchos nutrientes que puede ser amarilla y espesa.
Hawa Ibrahim, una abuela que ha perdido a siete nietos, opinó: “La primera leche es muy mala; nunca se la des a un bebé. En cambio, dale miel y después de dos días, puedes darle leche materna”. Ese es un consejo terrible.
Otras mamás repitieron el consejo erróneo de que, en días calurosos, un bebé necesita beber agua, así como leche materna o que el bebé debe ingerir otros alimentos a partir del tercer o cuarto mes.
La promoción de la lactancia se ha llevado a cabo en Somalia y está teniendo un impacto, ya que las tasas de lactancia exclusiva se han elevado seis veces desde 2009, cuando eran de tan solo el cinco por ciento.
Sé que recibiré mensajes de algunos lectores que con buenas intenciones dirán algo como: “Lo que describes es desolador, pero si ayudamos a los somalíes, ¿no seguirán teniendo hijos que después morirán de hambre?”.
La respuesta es no.
Es verdad que Somalia tiene una de las tasas de fertilidad más altas del mundo: 6,3 nacimientos por mujer. Sin embargo, la cifra ya está bajando y hay tres estrategias que han funcionado de manera global para disminuir la tasa de fertilidad: educar a las niñas, mejorar el acceso a los anticonceptivos y disminuir la mortalidad infantil para que las familias puedan confiar en que sus hijos sobrevivirán.
Uno de los papás que conocí, Saalax Abdiqadir, de 22 años, tiene una niña de 2 años que sufre una desnutrición grave y se encuentra al borde de la muerte. Le pregunté si, en tiempos difíciles, pensaba que él y su esposa deberían tener menos hijos, porque no tienen el dinero suficiente para alimentarlos, o más hijos, en caso de que algunos fallezcan?
El hombre respondió: “Quiero tener más bebés, en caso de que pierda uno”.
Así que tengamos algo de empatía. Para aquellos que preguntan cómo ayudar, pueden ponerse en contacto con la Fundación de la Doctora Hawa Abdi o el Comité Internacional de Rescate. Y dejo un mensaje para los funcionarios gubernamentales: la historia nos ha enseñado que podemos superar las hambrunas, pero es crucial actuar pronto.
Los próximos meses serán de mucha importancia. Temo que vamos a perder esa ventana de oportunidad.
@NickKristof