Novela monumental, como pocas publicadas recientemente en México. Escrita con gran ambición, su más de medio millar de páginas abrazan esa ciudad deshecha, gris, monstruosa, por la que muchos darían la vida. Ombligo sideral hecho urbe, que, además, usurpa, comparte y/o concentra nombre e historia de todo un país. Pero no es la novela de la historia oficial, ni el calendario de efemérides de la SEP, como comentaba su autor: se vertebra a lo largo de genealogías de personajes que en una generación trabajaron como albañiles, en otras fueron tablajeros, fabricantes de calzado, vendedores puerta a puerta o arqueólogos en busca de ruinas cargadas de ausencia.
Cuatro árboles genealógicos reciben al lector tras la nota liminar que invita a caminar por las calles de La Muy Noble y Muy Leal; cuatro troncos clavan sus raíces en los escombros de la antigua Tenochtitlán, pobladas aún con cadáveres en descomposición. Los Cuautle, los vencidos, los evangelizados, los lengua que se estrenan en castilla y hasta en el latín, formarán su estirpe y convivirán en los siglos siguientes con los Santoveña y los Landero, hasta recibir, a comienzos del siglo XX, a los Sefamí, inmigrantes judíos provenientes de Siria. La ciudad como el crisol de las razas y las tradiciones, como el escenario de las catástrofes y los posteriores resurgimientos.
Palou no escatima datos, voces, críticas los estereotipos, visiones no oficiales de la historia, versos, música, costumbres, lengua y tradiciones que mutan a lo largo de las décadas. Pero no es difícil seguir el paso, pues los personajes que se codean con Sigüenza y Góngora, Humboldt y Amado Nervo, o hacen parte del movimiento estudiantil del 68, están muy lejos de fungir como guía de turistas o simples cabezas parlantes. En esto radica el encanto de la novela y la maestría del autor, pues la ciudad misma se encarga de narrar su historia durante ese período entre ruinas, desde la conquista de Cortés El Malinche, hasta el gran terremoto de 1985.
Muchos quizás se pregunten, ¿para qué escribir o para qué leer novelas históricas? La novela misma les responde en boca de uno de sus personajes: “la historia descansa en las grietas, en las fisuras, en los pliegues. La verdadera pregunta es siempre condicional: ¿qué hubiera pasado si? Necesitamos eliminar de nuestro estudio del pasado la idea de la inevitabilidad.” Lección esencial en tiempo de fundamentalismos a ultranza donde cada facción desea obligarnos a pensar que ya todo está consumado.
Y, como una metáfora del oficio de escritor, me despido con la lección de Leonardo Cuautle, con la advertencia de que las cursivas son mías: “Lo que nos enseñan verdaderamente las ruinas es que están hechas de ausencia. Es lo ausente lo que nos corresponde desentrañar como arqueólogos. Ese es nuestro perro oficio.”
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