Los candidatos del oficialismo han empezado su campaña desde hace tiempo. Siguiendo la pista del caudillo, se promueven con recursos públicos, recorren el país, tapizan bardas con su nombre, van formando estructuras de apoyo en todo el país. Tienen el camino claro. Han de congraciarse con el encuestador supremo. La encuesta que decidirá la candidatura presidencial coincidirá sorprendentemente con la voluntad del Gran Elector. El neotapadismo encuentra nuevas vías para hacer lo mismo que el tapadismo de la era clásica. Si a presidente corresponde elegir heredero, puede hacerlo como se le antoje. Las revelaciones de una encuesta controlada por un partido pueden alcanzar la confiabilidad de aquellos anuncios que revelaban la determinación unánime de las fuerzas vivas de la Revolución Mexicana

Muchas críticas podríamos hacer al retroceso que significa la restauración de estas prácticas, el uso de recursos públicos para la promoción de los ambiciosos, la abierta violación de las normas electorales. Pero debe reconocerse que el camino es claro. Los candidatos se promueven por todo el país construyendo la imagen de que la única incertidumbre está dentro del oficialismo. Hay una competencia de adulación y un mecanismo conocido y, en apariencia, aceptado por todos los ambiciosos. Hoy se promueven los candidatos por todos lados, mañana harán precampaña, habrá algún debate y, finalmente, podremos ver el humo blanco desde la chimenea de una encuestadora misteriosa.

En el flanco contrario persiste la confusión. No es, simplemente, que no despunten alternativas atractivas, es que no puede verse siquiera el camino hacia una candidatura competitiva. Claro: hay ambiciosos que levantan la mano, pero más allá de que no haya ninguno que resalte, no se dirigen a ningún lado. Escuchamos muchas voces que apuntan a la necesidad de construir una alianza de las oposiciones para hacer frente a la aplanadora oficialista, pero ninguna de esas voces reconoce que la coalición debe asentarse, ante todo, en un pacto de reglas que permitan coordinación. Las oposiciones evaden el bulto con discursos sobre la indispensable unidad. No tocan el núcleo de la discusión: ¿cómo se decidirán las candidaturas a los principales puestos en disputa? ¿Cómo se elegirá la candidatura a la presidencia de la república? 

Hace unos días apareció un nuevo grupo opositor. Un grupo más de los muchos que se reúnen cada par de semanas para escucharse haciendo la misma denuncia. Se pronunciaron discursos sobre el capricho y la irracionalidad de las decisiones gubernamentales, sobre la militarización, sobre la destrucción de las instituciones, sobre la necesidad de hacer tregua a la polarización. Puedo coincidir en el trazo fundamental de esa crítica, pero no parece muy útil en estos momentos contar con otra plataforma de lamentos. No necesitamos otro desplegado de famosos que activen las alarmas por el avance del autoritarismo. No parece especialmente útil una convocatoria abstracta a la reconciliación y al diálogo. Lo que corresponde a la sociedad política es otra cosa: pactar el camino.

Mientras los morenistas, entendiendo las reglas de la secta, hacen campaña para conquistar al supremo encuestador, las oposiciones papalotean en foros. Hablan de urgencias democráticas y pierden el tiempo. En ausencia de una plataforma de competencia interna, se muestra la superficialidad de la coincidencia. Si la coalición se resquebraja a diario es porque no hay marco sólidamente pactado para ir fortificando las alternativas. Es necesario por eso abrir la arena de la contienda opositora. No veo otra ruta que la confrontación abierta, intensa de opciones. En el conflicto opositor está el combustible de su crecimiento. Quien quiera aterciopelar el camino prepara la debacle. Es necesario el debate. El auténtico debate que es, inevitablemente, áspero. Quienes apuesten a la política del cónclave repetirán el fracaso del 2018. Por eso, lo que es de exigirse hoy a las oposiciones es una ruta y un calendario claros para la contienda interna. El procedimiento es la sustancia. Habrá oposición competitiva si despliega con civilidad sus diferencias, si es capaz de conducir razonablemente sus controversias. La oposición debe dejar de ser una mutualidad de banalidades.

 

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