Al nacer no se nos dio un corazón de piedra insensible, duro, impenetrable, ígneo, solo que al pasar los años, aprendimos a no prestarle voz, y silencioso desde su cavidad aséptica, contempla contrariado nuestros desatinos. Ve desolado cómo el orgullo enmudece los labios, endurece la mirada, como el pensamiento desbordado inunda de veneno ácido la sangre.
¿Cuál es el secreto de un buen corazón, se nace con él, o será que en el camino y a base de silencios forzados se atrofia latiendo con furia, con rabia y frustración porque en un origen tenía buenas intenciones?
Muchas veces, he tenido esta pregunta recurrente porque es de las múltiples cosas que no me he podido explicar, aunque he puesto empeño y he tratado de desentrañar respuestas hurgando profundo a base de razonamientos inútiles. De una cosa estoy convencida; al atrofiarse el corazón, lo demás viene por consecuencia, y entonces hay ojos que no ven, oídos que no escuchan, lengua que profiere injurias, manos, ahora zarpas que arden en deseos de golpear.
Antes, al poco andar creí que todos estábamos hechos de lo mismo, ahora, sé que son dos fuerzas que compiten a la par dentro de un cuerpo. En algunos, la maldad inmisericorde se sembró profundo, y sus raíces malignas los invaden por entero. Utilizando la oportunidad del momento, se busca perjudicar, apuñalando a mansalva los buenos deseos del otro hasta que agoniza su ingenuidad y no hay distancia de rescate.
Por el contrario, conozco la benevolencia y el cariño que se da sin limitaciones, el afán de dar a raudales aunque no haya compromisos ni lazos carnales, corazones que recuerdan su origen mostrando la piedad que los humaniza y los vuelve los seres que quiero yo. Y como tú eres uno de ellos, encuentro similitud en tus palabras, siento que tu espíritu me ofrece sus puertas abiertas, que aunque a veces se cierran por precaución, no lo hacen para mí.
Me participas de tu temor de las grietas que amenazan con volverse abismos, y temes que con el tiempo se separen, volviéndose barrancos sin fondo a los que es imposible volver a unificar. Me cuentas tus estrategias para acercar esos corazones a los que amas por igual, porque estás convencida que en el fondo, los dos están deseando lo mismo, y yo te digo que sí, que seguramente lo lograrás y que esos ríos llegarán al mar que los unificará.
No estamos hechos de piedra aunque algunos, petrificados por el mutismo de la indiferencia y falta de piedad, caminan embalsamados, aislados del bien y la reconciliación, pero afortunadamente, contamos con la contraparte.
Sé que sería un buen título corazones, pero como soy flexible y estoy abierta a las modificaciones, opté por elecciones, ya que nuestro libre albedrío nos define y es lo más hermoso que podemos tener.