Descendiente de la nobleza chalca se sabe que nació en el año 1579 en Tzacualtitlan Tenanco, una de las comunidades que conformaron la actual Amecameca. Sus padres eran descendientes directos de los gobernantes de ese señorío, y por ello pudo conservar su nombre nahua, pues lo bautizaron como Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, cuya partícula -tzin, indica su pertenencia a la nobleza. Desde joven recibió una educación esmerada y con 14 años pasó a servir a la iglesia en el convento franciscano de San Antonio Abad, en la actual colonia Tránsito de la CDMX, donde se cree que redactó en su lengua natal, el náhuatl, sus principales obras: Diferentes historias originales de los reinos de Colhuacán, México y otras provincias desde los primeros tiempos de la gentilidad hasta 1591, conocidos en la actualidad como, Las ocho relaciones y el memorial de Colhuacán; así como su Diario. 

En el primero, narra desde la creación del mundo, desde la óptica de un indígena cristiano, hasta el asentamiento definitivo de los conquistadores españoles. Según su traductor, Rafael Tena Martínez, Chimalpahin sobresale por su investigación diligente y cautelosa, así como por la viveza y altura literaria de sus descripciones. 

Si las Relaciones son importantes para conocer las genealogías, los relatos sobre la migración desde Aztlán del pueblo mexica y los asentamientos que conformaron la Confederación Chalca, mi gusto se deleita con el Diario, un registro de eventos acaecidos en la Ciudad de México, las festividades religiosas, los fallecimientos y las innúmeras calamidades que sufrían sus habitantes, como terremotos, epidemias, incendios, hambrunas, sequías, y en particular las inundaciones frecuentes que llevaban a los habitantes a tañer de día y noche las campanas de las iglesias para alejar el agua. La observación del cielo era también un elemento importante pues reporta con frecuencia la aparición de “estrellas humeantes”

Los milagros, incluso con niños que resucitaban por obra y gracia de san Diego, o los autos de fe, donde se quemaban efigies de reos que ya habían muerto o dado a la fuga, y uno que otro cristiano: “a tres los quemaron en persona, aunque debían ser cuatro, pero perdonaron a un anciano, porque dijo que confesaría algo, y lo devolvieron a la Inquisición.”

El Diario está lleno de pequeños eventos y relatos todos ellos contados casi a manera de chisme, legados por un hombre inquieto y piadoso. El afán de que sus linajes señoriales y relación de la ciudad, pintada y escrita en tinta negra y roja no se perdiera ni olvidara, y fuera guardada por siempre, dio sus frutos. De su muerte, hacia 1650, no tenemos noticia exacta, pero sus escritos fueron atesorados por el sabio Carlos Sigüenza y Góngora, que sostenía “y todo cuanto aquí se contiene es la misma verdad”. Gracias a él, los tepilhuan que vivimos en tiempo presente y asimismo los que después vengan a vivir sabremos de buena fuente cómo vivieron nuestros ancestros. 

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