Cuando yo era niña tú cortabas flores para mí. Hacías un gran ramo y seleccionabas de aquel enorme jardín las más bellas, ahora lo recuerdo, hoy que pienso en ti.
Tú, le arrancabas al cielo una ilusión y la sembrabas hondo con tu voz que conspiraba como una semilla ardiente de deseos de florecer, se instalaba en el centro de mi pecho, echaba raíces que crecían y enmarañaban hasta invadirme por entero. Mis ansias infantiles, se arremolinaban como las abejas de un panal bullicioso, como un ente vivo que esperaba, endulzando mientras tanto mis pensamientos.
Porque la ilusión es la antesala de la felicidad y tú estabas consciente del valor de tus palabras, cerrabas los ojos buscando en tu cerebro, escogiendo con calma las precisas, las que producirían el efecto deseado en mis pensamientos. Sí, por supuesto que sabías el peso de una ilusión, por eso, sonreías segura, como una pitonisa que adivinara el futuro, disfrutabas viendo cómo mi mirada se volvía cada vez más brillante.
Y no te equivocabas, silenciosa tras tus lentes, contemplabas germinar tu siembra como si te fuera permitido observar mi corazón, como quien ve sorprendido el nacimiento de una nueva estrella brillando en lo alto. Sentada sobre tus pantorrillas, respondías mis preguntas ansiosas prometiéndome un cielo, hacías sentir mis brazos poderosos capaces de abrazar sueños y atravesar mares, y también cortabas flores, hermosas flores para mí.
Fuiste la prueba que la bondad se puede dar a raudales y no solo a cuentagotas, pero eso lo supe después, cuando entendí que no todos éramos iguales. Tú, habías aprendido que la ilusión tiene pies ligeros como un potro brioso que atraviesa la llanura corcoveando ágil sin riendas ni freno, y sintiendo su poderío, adivinando en su pulso la fuerza ardiente de su sangre, se encabrita en un largo relincho agradeciendo la bendición de su vida.
Y me pregunto, ¿cuántos como tú, cuántos sembradores existen ahí afuera? Porque hay muchos, no me cabe duda, el mundo tiene siempre la contraparte y mantiene un equilibrio, aunque si mi opinión se pidiera, yo decidiría que los buenos fueran más, que se multiplicaran como las espigas, como los granos de arena, como las abejas de mis ilusiones, pero no tengo esa opción desgraciadamente.
Hay días, que en el océano de mi pensamiento aparece tu navío, extiende sus velas al sol y cruza tranquilo en la calma de mi tarde, sin titubeos ni prisas, porque a la bondad le gusta andar despacio, no tiene urgencias, no tiene límites, no caduca.
Y porque sé que el pensamiento es un río que corre sin detenerse, sin pedir mi autorización, hoy lo sorprendí pensando en ti, lo confronté agradecida por traerte de nuevo, por contar con tu recuerdo que es mi fortuna, mi diamante claro que brilla y resplandece incandescente e inmortal con una luz purísima.
En días como hoy, pienso que si se me permitiera duplicarte lo haría, repartiría copias idénticas de ti, porque esperamos gente buena, necesitamos más sembradores de ilusiones, urgen más personas como tú.