Todos tratan de redefinir sus naciones para reescribir los contratos sociales y a veces alterar las reglas de la democracia para que nunca pierdan el poder”. 

Anne Applebaum

 

Anne Applebaum, autora de El ocaso de la democracia (The Twilight of Democracy), se encuentra en México. Al parecer asistirá a la concentración por la democracia de este 26 de febrero en el Zócalo. Podría convertirse en testigo de un momento histórico en el que un gobierno surgido de las urnas toma medidas para debilitar la democracia.

Applebaum ha escrito: “El autoritarismo atrae simplemente a la gente que no puede tolerar la complejidad; no hay nada intrínsecamente ‘izquierdista’ o ‘derechista’ en este instinto”. Promueve a quienes “ruidosamente profesan su fe en el partido”. Entre los gobernantes que han creado sistemas autoritarios se encuentran Francisco Franco, Augusto Pinochet o Hugo Chávez.

Gideon Rachman, columnista del Financial Times, quien también está en México, ha escrito en La era de los líderes autoritarios (The Age of the Strongman): “El estilo del autócrata no se limita a sistemas autoritarios. Ahora es también común entre políticos electos en democracias”. Efectivamente, fue el caso de Chávez en Venezuela y también de Daniel Ortega en Nicaragua.

Martin Wolf, de igual forma columnista del Financial Times, ha ofrecido en su libro Democratic Capitalism una reflexión sobre los gobernantes populistas de izquierda o derecha. La gente vota por “un político populista que, al ignorar a los ‘expertos’ de élite, insiste en que transformará todo para mejorarlo. Esas promesas usualmente terminan en fracasos. Pero muchos de sus simpatizantes atribuyen el fracaso a los ‘traidores’; la confianza en la efectividad de las instituciones disminuye; y, finalmente, una recesión post-populista ocasiona desmoralización y lleva a otra debilitante erupción de populismo”.

El populismo ha sido adoptado por gobernantes de Europa oriental, como en Polonia y Hungría, pero en Latinoamérica tiene una larga tradición. El peronismo se implantó en Argentina desde la década de 1940 y ha despedazado lo que a principios del siglo XX fue una de las economías más ricas del mundo. Ni eso, sin embargo, ha borrado su popularidad. En México tuvimos entre 1970 y 1982 a Luis Echeverría y José López Portillo, que quebraron la economía y nos dejaron la década perdida de los ochenta. Incluso países que han sido baluartes de la democracia liberal, como Estados Unidos y el Reino Unido, han tenido gobernantes populistas, como Donald Trump y Boris Johnson.

“El populismo antipluralista es un peligroso enemigo de la democracia liberal -escribe Wolf-ya que considera la oposición como traición, las elecciones justas como ilegítimas, el estado de derecho como una odiosa limitación, la libertad de medios como una amenaza, los parlamentos como impertinentes, y cualquier cosa que limite la posibilidad del líder para hacer lo que se le antoje como intolerable”.

Andrés Manuel López Obrador se ha descrito a sí mismo como liberal y humanista, pero su comportamiento es el de un populista. Como Trump y Jair Bolsonaro, se ha negado a reconocer derrotas electorales; dice que los jueces no le deben venir “con el cuento de que la ley es la ley”; considera a los medios independientes como enemigos; descalifica cualquier crítica como una traición.

El plan B es una comprobación de su populismo. AMLO sabe que sus disposiciones son inconstitucionales y que está desmantelando la única democracia que México ha tenido en la historia. Pero no importa. El voto para los populistas es solo un instrumento para alcanzar el poder, el cual debe descartarse por peligroso una vez que se llega a él. 

 

Si hubiese

 

AMLO preguntó ayer en la mañanera: “Si hubiese ganado Anaya o Mit [Meade], ¿hubiesen juzgado a García Luna? ¿Verdad que sí han habido [sic] cambios?”. Al parecer no sabe que el exsecretario fue procesado en Estados Unidos. 

 

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