– ¿Nunca te he enseñado mi casa? Me dices, -Ven, solo que no te fijes si ves muy tirado.

Subimos las escaleras, nos adentramos en los cuartos vacíos que quedaron silenciosos con sus repisas guardando recuerdos que me permiten conocer sus historias a retazos. Estoy segura  que si hiciera algunas preguntas y uniera puntos, se disiparía la bruma y todo me resultaría más claro, pero no lo hago, contengo quieta mi lengua ansiosa de hacer preguntas indiscretas.

Después me muestras el tuyo, que tiene sus cortinas abiertas por estar en planta alta, me siento en tu sillón en el que te pones a tejer y a mirar la televisión, veo la ventana por la que divagan tus pensamientos y se vuelven seres libres, aladas criaturas veloces como los dragones míticos de alas perpetuas. 

– Otro día nos vendremos a la terraza-, me dices sonriendo.

 – Sí, te respondo, es bueno tener otra perspectiva de las cosas. Me asomo y veo las azoteas y los patios que no me regatean nada, en esta posición de observadora, no hay barda ni cortina que detenga mi mirada curiosa. Descubro un laurel enorme a lo lejos y junto, una casa abandonada que me ve con mirada vencida, sus puertas quebradas carecen de goznes y han caído cansados sus ladrillos derruidos. Después, veo la  maceta, apretada de tantas plantas  que ni tú ni yo supimos nombrar. Gustosa me dices que corte una, que me la puedo llevar. 

– Mejor te la voy a sembrar en una maceta para que no se resienta y se seque- añades precavida.

Te agradezco el recorrido, no todos muestran sus casas y permiten atisbar el corazón. Suponen que una vez dentro de la fortaleza, ya no habrá contención a las miradas, porque, ¿Qué es nuestra casa sino una prolongación de nosotros mismos?

Sí, es simple precaución, hay fisgones y ladrones que no ameritan la entrada, así lo fuimos aprendiendo, hasta tomar la opción de dejar nuestra ingenuidad sentada en la banqueta ese día que sostuvimos la experiencia de vida, como unas riendas en las palmas de las manos. 

Así que desde entonces, no juzgo ni maldigo a los candados, son de vital importancia para mantener la estabilidad y la coherencia. Dos vueltas a la llave, una mirilla, no, mejor una cámara para observar a la distancia de quién se trata. Así es, lo  mismo que hacemos con nuestras casas, lo replicamos en nuestras vidas poniendo un sistema de alarma, un cerco electrificado al corazón.  

Seré por eso, me pregunto que ahora pienso en ti, en tu casa, en tu terraza y en tu sillón, porque al omitir esas precauciones conmigo, me demuestras tu amistad y me confirmas que te soy de fiar. Sí, soy confiable, crees en mí, al tener esta revelación, mi espíritu se alegra, siento que se zambulle en un río de cristal resplandeciente, como una oración que ilumina e  induce mi espíritu a un estado de calma. 

Siento, que se me fue hecha la promesa que el mundo puede ser un mejor lugar si se permite a la bondad ser la opción primera, si logramos encontrar un lugar en un corazón como el tuyo. Yo, ya lo tengo. Sí, traeré la planta a mi jardín, se reproducirá hasta no caber en la maceta, claro que volveré y platicaremos en la terraza, y desde ahí,  miraré mi ciudad y mi vida desde otra perspectiva que también es posible mirar.

 

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