Que somos diferentes no es solo una realidad: es una bendición. El mismo presidente repite constantemente la frase: “No somos iguales”. Carlos Monsiváis decía: “En lo único en que todos somos iguales es que todos somos distintos”.

Sin embargo, el gobierno está intentando imponernos una sola visión de país. Esto queda de manifiesto en el deseo de Marx Arriaga, director de materiales educativos de la Secretaría de Educación Pública, y de su subdirector, Sady Loaiza, exfuncionario del gobierno venezolano de Nicolás Maduro, de excluir a la iniciativa privada de la educación. No quieren “empresarios de la educación”, no quieren un “mercado”, porque el mercado, dicen, “genera mano de obra barata para la maquila, para las trasnacionales”. Quieren un Estado que controle toda la educación, para que “el sueño de la izquierda se haga real”.

El ataque lo lanzan contra los “empresarios” porque el término parece alejado de la mayoría de la población. Pero los “empresarios” no son más que personas comunes y corrientes que emprenden negocios u operan escuelas. Arriaga no solo no quiere escuelas privadas, tampoco que las editoriales produzcan libros de texto “sin pasar por supervisión alguna”. Estos libros de texto serán ilegales el próximo ciclo escolar, sentencia. Solo la visión del Estado debe prevalecer.

En el sistema electoral vemos el mismo intento por lograr una sola visión. Más que destazar al Instituto Nacional Electoral, que ya lo está haciendo, el gobierno quiere cargar a la institución con consejeros que piensen solo de una manera, que sean siempre fieles a los dictados del gran líder. La maniobra la hacen sin pudor. “No hay que tenerlo miedo a ello”, declaró el secretario de gobernación, Adán Augusto López, convertido en simple operador electoral. “Va a ser por insaculación. Nosotros somos contrarios al ‘cuotismo'”. Si, ahora, en vez de tener cuotas de consejeros que representen las diferentes visiones políticas, solo habrá una cuota, para los consejeros leales al régimen. La mayoría oficialista no negociará con la oposición. Como ningún candidato logrará las dos terceras partes de los votos de los diputados, la insaculación ha sido diseñada para aportar solo consejeros partidarios de la Cuarta Transformación.

Esta misma visión única se quiere imponer a los jueces. El presidente ha propuesto a cuatro ministros a la Suprema Corte de Justicia, pero afirma: “No me fue muy bien, que digamos. No pude, me equivoqué”. ¿En qué se equivocó? En que solo dos han sido siempre obedientes a sus instrucciones: Loretta Ortiz Ahlf y Yasmín Esquivel. No ha sido el caso de los otros dos que escogió: Juan Luis González Alcántara Carrancá y Margarita Ríos Farjat. Incluso el expresidente de la Corte, Arturo Zaldívar, que tanto quiso acercarse a la 4T, votó en contra de mantener la prisión preventiva oficiosa.

El presidente exige una sola visión de país, la suya. Poco importa lo que digan la Constitución o las leyes. Por eso dice: “Y que no me salgan con el cuento de que la ley es la ley”. Afirma que la justicia es más importante que la ley, pero siempre y cuando él defina qué es justo y qué no.

Cualquier país se empobrece si solo cuenta con una visión. Ese es el principal problema de las dictaduras, donde solo prevalece la posición del tirano y quienquiera que se oponga es un traidor a la patria. El presidente afirma que es un liberal humanista, pero quien pretende imponer una sola visión no lo es: el liberalismo es por definición la aceptación de las diferencias, de la diversidad. La imposición de una visión a todos se llama autoritarismo. 

Innovación

Uno de los peores problemas de la uniformidad de pensamiento es que mata la innovación. Solo en la diversidad, en la competencia de ideas, pueden surgir las ideas innovadoras que transforman a la sociedad. 

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