“Deberíamos enseñar a las personas a que su felicidad no dependa de lo que dicen (sobre ti) los demás”, escribió un tuitero a propósito de las muchas discusiones alrededor de la muerte de Norma Lizbeth en Teotihuacan, Estado de México, luego que intentó hacer frente a una de sus acosadoras.
Por tragedias no paramos en este país y el acoso escolar, mejor conocido como bullying, es por sí mismo una de ellas que, además, deriva en muchas otras como la ocurrida a la menor de sólo 14 años de edad que quería ser enfermera, como mencionaron compañeras suyas a distintos medios de comunicación. Añadieron que desde muy niña Norma era víctima de burlas por, entre otras cosas, su tono de piel, por si hacía falta algún otro motivo para reiterar que el discurso racista es peligroso y debe ser evidenciado y erradicado.
Curioso, por decirlo de alguna manera, me parece la exigencia mayoritaria de castigar a la responsable, también menor de edad, con pena de cárcel como si fuera una adulta, aunado a los epítomes que a ella dirigen sin empacho alguno y aun con rabia. Curioso, digo, no porque me parezca incomprensible el reclamo de justicia para Norma, sino porque esta demanda y su intensidad parecen desproporcionadas si las contrastamos con los comentarios con los que uno se encuentra cuando se habla del acoso escolar y de cómo este afecta la vida de las personas no solo cuando ocurre en la época estudiantil, sino también con las secuelas que genera en las víctimas y que pueden persistir por años.
“Si te pegan, pegas”, me dijo dos o tres veces mi madre cuando notaba en mí desgana por ir a la escuela; por la presión de ser hombre, de ser fuerte y de no ser “soplón”, le decía que estaba todo bien, pero ella sabía que no era así, y aunque me animaba a tomar medidas como ir con alguna autoridad escolar en caso de ser necesario, como último recurso decía que me defendiera de los golpes: a golpes. Esta es la respuesta de muchas personas cuando se habla de bullying, “antes nos defendíamos y no llorábamos”, leí también. Pues bien, Norma se defendió… y la mataron.
“Que tu felicidad no dependa de lo que dicen (sobre ti) los demás”, proponen como solución, retirando toda responsabilidad a los agresores. Imaginemos que ante el acoso que Norma sufrió durante años alguien hubiera llegado a decirle algo así: Si te sientes mal por lo que te dicen, es tu culpa, tú decides cómo te sientes. Responsabilizándola de su propia situación y de su enojo, tristeza y frustración por lo que padeció hasta que no pudo sino responder a golpes. “Si te pegan, pegas”. La violencia como única respuesta.
Y es que de acuerdo con las declaraciones de personas alrededor de Norma, ella acudió antes con autoridades escolares sin que estas hicieran algo que detuviera las agresiones que sufría. Y lo sabemos: “Son jóvenes”, “A mí también me lo hacían y no pasó nada”, “Ahora ya de todo se quejan”, “Que aprendan a defenderse”, es lo que te dicen. ¿Entonces qué hacemos?
“Que tu felicidad no dependa de lo que dicen (sobre ti) los demás”, es parte del discurso que insiste en aislar al individuo y responsabilizarlo de sus circunstancias, ignorando los agentes que inciden en su vida, que la afectan y cambian. Imaginemos, nuevamente, que ahora digamos a las personas allegadas a Norma, que la querían, que les significaba algo importante: “Bueno, es que también fue su culpa, no hubiera hecho caso de lo que le decían”. Imagínense.
Si reaccionáramos ante el bullying, como reaccionamos ante el asesinato de Norma, quizá hubiera pasado algo distinto. Quizá.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo