Siempre conocí a Raúl Padilla, quien se suicidó este pasado 2 de abril, como un hombre de izquierda. Ya no ondeaba las banderas del marxismo-leninismo de su juventud, pero mantuvo a lo largo de su vida posiciones progresistas. Es verdad que en 2018 se unió a la campaña presidencial de Ricardo Anaya, pero en representación del PRD y otros grupos de izquierda. Quería en caso de triunfo la Secretaría de Cultura, con el plan que siempre promovió la izquierda: impulsar la cultura desde el Estado.

El presidente López Obrador, no obstante, se refirió a Padilla como un “cacique” de un “bloque de conservadores”. Le molestó en especial el otorgamiento del Premio Princesa de Asturias de 2020 a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Declaró el 13 de noviembre de 2020: “Fíjense, la Feria del Libro de Guadalajara, las últimas dedicadas en contra de nosotros. Pero no solo eso, porque traen a Vargas Llosa, Aguilar Camín y todos ellos, Krauze. Pero me entero de que en España le entregan el premio, claro, a la Feria del Libro de Guadalajara, el Príncipe [sic, Princesa] de Asturias. y el que lo recibe es ni más ni menos que Padilla. Es el que da el discurso y llamó muchísimo la atención un renglón: ‘Debemos de defender el libro del populismo’”. El 30 de noviembre de 2022 el presidente arremetió nuevamente contra la FIL, a la que llamó “foro del conservadurismo”.

Lo que realmente dijo Padilla en su discurso de aceptación del Princesa de Asturias en 2020 fue: “La modernidad política apareció con la libertad de imprenta, con el derecho a escribir y publicar sin restricciones. Defendamos este valor fundamental con más razón frente a los gobiernos populistas que hoy amenazan nuestra herencia liberal y ponen en riesgo la democracia”. Añadió: “Nuestra feria es una empresa cultural pública creada y sostenida por la Universidad de Guadalajara. Esta fórmula parece un error para quienes desean que la suerte del libro se deje entera en manos del mercado, pero también a los gobiernos que creen que la cultura es prescindible y que los libros, la ciencia, la educación, deben sacrificarse por otros ideales. Nuestra feria ha querido mostrar, por el contrario, que la cultura es una inversión, nunca un gasto. Y que el desarrollo es ilusorio si se descuida el capital humano y cultural.

Estas son ideas progresistas en cualquier lugar del mundo, al igual que la mayoría de los invitados a la FIL. Es cierto que Mario Vargas Llosa, Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze han abandonado las posiciones de izquierda y se han vuelto liberales, que también son progresistas, pero la feria recibe todos los años a cientos de autores de izquierda, muchos de ellos cercanos al presidente. En la FIL han participado autores tan cercanos a AMLO como María Elena Álvarez Buylla, Sabina Berman, Tatiana Clouthier, Mario Delgado, Paco Ignacio Taibo II y Elena Poniatowska. La lista de escritores de izquierda, desde Carlos Monsiváis hasta Circea Cartarescu, es interminable.

Quizá el problema es que el presidente se ha vuelto conservador. Pretender que “las últimas” ferias han estado “dedicadas en contra de nosotros” solo revela narcicismo e ignorancia. Su exigencia de aplauso constante y el intento de concentrar todos los poderes en sus manos son posiciones conservadoras. Un presidente que califica de conservadores no solo a Padilla, sino a José Woldenberg, Roger Bartra y otros viejos luchadores de la izquierda, no es realmente progresista. Si toda la izquierda transita en sentido contrario a López Obrador, quizá quien ha equivocado el camino es él.

Suicidio

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, es el suicidio”, escribió Camus. No conozco las razones que llevaron a Padilla a quitarse la vida, pero nadie puede cuestionar la decisión. Solo quien la asume puede entender las razones.  

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