“La censura llega a su objetivo lógico cuando a nadie se le permite leer más libros que los que nadie quiere leer”.

George Bernard Shaw

Desde que tenemos libros ha habido censura. Es un reconocimiento de que las ideas importan. Y los libros contienen ideas. 

Qin Shih Huang, emperador de China de 221 a 210 a.C., no solo quemó los libros de historia de su tiempo, para que la historia empezara con él, sino que enterró vivos a 460 monjes confucianos para impedir que redactaran textos que no coincidieran con su visión. En el 640 de nuestra era el califa Omar quemó los 200 mil libros de la Biblioteca de Alejandría con el argumento de que, si “los libros de los griegos” coincidían con el Corán, entonces eran innecesarios, mientras que si lo contradecían eran falsos y debían ser destruidos. 

El fraile dominico Savonarola montó la “hoguera de las vanidades” en la Florencia del siglo XV para quemar objetos de lujo y libros licenciosos, como los de Boccaccio. La Iglesia prohibió las traducciones de la Biblia a lenguas vernáculas. La reina Isabel de Inglaterra ordenó arrancar una escena de las copias impresas de Ricardo II de Shakespeare porque describía el derrocamiento de un rey. El papa Pío IV creó en 1564 el Index librorum prohibitorum, que a lo largo de siglos prohibió innumerables libros. 

Stalin prohibió 1984 de George Orwell y Francisco Franco Homenaje a Cataluña del mismo autor. La Unión Soviética prohibió obras como Doctor Zhivago de Borís Pasternak y Archipiélago Gulag de Aleksander Solzhenitsyn por razones políticas, pero en Estados Unidos y el Reino Unido los censores se preocuparon más por temas sexuales, como en El amante de Lady Chaterley de D.H. Lawrence y Lolita de Vladimir Nabokov. 

La religión sigue siendo importante en las prohibiciones, como puede testificar Salman Rushdie, autor de Versos satánicos. Hasta la fecha muchas asociaciones de padres de familia en Estados Unidos prohíben libros en las bibliotecas escolares porque los consideran sexualmente atrevidos o irreligiosos. 

Conservadores y progresistas unen fuerzas en la censura. Si libros como Las mil y una noches han sido mutilados por razones morales, hoy supuestos progresistas mutilan obras que consideran política o socialmente incorrectas. Las narraciones de Roald Dahl, como Charlie y la fábrica de chocolate, están sufriendo mutilaciones por su propia editorial en el ánimo de volverlas más “aceptables a las sensibilidades contemporáneas”. Lo mismo están haciendo los editores de las novelas de Ian Fleming y Agatha Christie. Una nueva versión de las novelas de Mark Twain censura palabras como nigger, una forma hoy despectiva de “negro” que se usaba de manera generalizada en el siglo XIX, con lo cual traiciona a un escritor que en su tiempo fue una de las voces más lúcidas y valientes contra el racismo. 

El trato a Mi lucha de Adolf Hitler es ejemplo de las consecuencias negativas de la censura. La obra, indispensable para entender el pensamiento enfermo del Führer, no fue reimpresa mientras el estado de Baviera tuvo los derechos de autor. Ahora está en el dominio público, pero algunas distribuidoras y gobiernos insisten en mantener la censura. El resultado es fomentar un culto ciego a la obra. Los censores no se han enterado de que lo prohibido es siempre más apetecible. 

Quienes quieren limpiar el lenguaje del pasado no entienden que la literatura es un espejo de su tiempo. Por eso Arturo Pérez-Reverte comenta: “Gracias a los demagogos, los oportunistas que hacen de esto su negocio y los idiotas que les aplauden, el siglo XXI está siendo el siglo de la estupidez”. 

¿Más barata?

¿Ayudará la compra de 13 plantas de Iberdrola a mantener bajas las tarifas de electricidad? Víctor Ramírez C. señala que el costo de generación de las plantas de CFE de ciclo combinado es de 1,349 pesos por MWh mientras que el de los productores independientes es de 961. Con un costo de generación 40.3 por ciento más alto, no se ve cómo. 

 

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