Empezó en campaña siendo “el avión que no tiene ni Obama”. Cumplió así con su papel más importante, ayudar a la victoria electoral de López Obrador. Ha tenido también otros papeles políticos. La saga de su venta le ha dado al presidente una eficaz narrativa política de nosotros los buenos y ellos los malos que termina ahora con un remate a precio de ganga.

La historia, sin embargo, está llena de mentiras. La primera es la afirmación de que era un avión que no tenía ni Obama. La presidencia de Estados Unidos cuenta no con uno sino con dos 747-200B, de mucho mayor tamaño, que pueden despegar en cualquier momento, reabastecerse en el aire y mantener su vuelo de manera indefinida; están equipados con oficinas, salas de juntas y equipos especiales de comunicación. El 787-8 recién vendido es mucho más humilde, a pesar de que López Obrador afirma que es un “avión lujosísimo” que se compró con “mentalidad faraónica”.

Olvida el presidente que la recomendación para la compra del avión, que sustituyó a un Boeing 757 de 1985, fue del Estado Mayor Presidencial, sí, de esos militares que según él garantizan probidad. La compra se logró, además, a buen precio: 114.6 millones de dólares, ya que el gobierno se montó en una adquisición de varios aviones de Aeroméxico. La remodelación para uso presidencial elevó el costo a 218.7 millones de dólares, pero aun así era una buena compra. El precio de lista de un Boeing 787-8 es actualmente de 248 millones de dólares (simpleflying.com); en 2012 era de 207 millones (Seattle Times). El gobierno compró la aeronave en un arrendamiento con Banobras, lo cual elevó el precio total a más de 300 millones de dólares, pero el costo financiero debe considerarse aparte. ¿Es muy lujoso el 787-8, incluso para Obama? Boeing le ha cotizado al gobierno de Estados Unidos dos nuevos 747 a 3,900 millones de dólares cada uno, pese a que la propia empresa reconoce que perdería 700 millones por avión.

AMLO ha declarado que el 787-8 no está hecho para volar rutas cortas. Falso. El Dreamliner es un avión muy eficiente, con un rango máximo de 13,530 kilómetros, pese a tener solo dos motores, contra cuatro del 747. Puede volar de México a Europa o a Asia sin reabastecerse; pero el mayor número de vuelos, según simpleflying.com, lo registra en las rutas Tokio Haneda a Osaka Itami (254 a la semana), Tokio Haneda a Fukuoka (228) y Ho Chi Minh a Hanoi (211). Son vuelos de una a dos horas. El presidente debió preguntar antes de difundir un dato falso.

AMLO ya rifó una vez el avión, el 15 de septiembre de 2020, y obligó a empresarios y funcionarios a comprar boletos. En vez de entregarlo a los ganadores, en mayo de 2021 pidió a la UNOPS, una corporación de las Naciones Unidas, que lo vendiera; la UNOPS le calculó un precio mínimo de 150 millones de dólares. En febrero de 2022 se lo regaló a una empresa militar para usarlo en vuelos comerciales o alquilarlo para bodas. Hoy lo ha vendido en 92 millones de dólares, 58 millones menos que el avalúo de la UNOPS. ¿Por qué tan barato? Porque tenía una “falla de origen”, dice AMLO, solo que no ha revelado cuál es ni ha explicado por qué no se reclamó a Boeing. Dice, además, que el dinero se usará para construir hospitales, olvidando que hay que liquidar primero el crédito de Banobras.

Ahora le ha vendido barato el avión a un país todavía más corrupto que el nuestro. México se ubica en el lugar 126 en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional; Tayikistán, en el 150. Supongo, sin embargo, que la transacción se hizo con absoluta limpieza. Después de todo, no somos iguales. 

Lujosísimo

Dice AMLO que el avión presidencial era lujosísimo, pero nunca tanto como el de su amigo Nicolás Maduro de Venezuela, un Airbus 319 con tres habitaciones, dos con baño y spa, acabados de caoba y oro, dos cocinas y solo 32 asientos. 

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