El capital es un bien escaso y por ello tiene un costo, se le llama tasa de interés. Aunque el mercado financiero funciona según la oferta y la demanda, los bancos centrales de cada país determinan una tasa de préstamo de capital a los bancos que conforman su sistema bancario que a la vez sirve de base pasa calcular la tasa que pagarán a quienes decidan invertir en la deuda pública. El principal emisor de deuda pública del mundo son los Estados Unidos, así que las decisiones en materia de tasas de interés de su banco nacional, la Reserva Federal, o FED para los amigos, determina el costo del dinero en todo el mundo.
Tras la crisis financiera del 2008 ante la quiebra de instituciones bancarias y el riesgo que suponía el sistema financiero global, llevó a la FED a bajar las tasas de interés de forma acelerada del 5.25% a 0 en poco más de un año. El dinero no tuvo costo alguno para los bancos que lo solicitaban a la Reserva Federal a lo largo de siete años. Así puede dimensionarse su tamaño. Durante ese lapso la gente en los Estados Unidos pudo endeudarse a precios módicos, mientras los bancos aprovechaban los diferenciales cobrando intereses a todo el sistema sin pagar alguno por ello.
El exceso de dinero circulante puede ser un excelente estímulo para la economía, pero genera también aumentos en los precios de los productos. En diciembre del 2015 inició un aumento paulatino con el fin de contrarrestar las presiones inflacionarias hasta llegar a un módico 2.25%, cuando la irrupción de la pandemia por COVID afectó al sector productivo y de consumo. En consecuencia, la tasa de referencia volvió muy rápidamente a 0 el 16 de marzo del 2020, donde se mantuvo por dos años más. La inflación no se hizo esperar y ha exigido un aumento muy veloz de tasas, en poco más de un año pasamos del dinero gratis a cobrar 4.75%, una subida mucho más rápida que lo visto previo a la crisis del 2008, precedida también de un alza pronunciada en las tasas (casi en la misma medida).
El próximo 1 y 2 de mayo la FED se reunirá para definir si aumenta nuevamente su tasa de referencia en un marco que cada vez dificulta más la decisión por las diversas tensiones existentes en la economía norteamericana y global. Por una parte, han quebrado bancos en los Estados Unidos que no estaban preparados para una subida de tasas tan veloz, pues inversores que buscaban altos rendimientos con alto riesgo pueden moverse masivamente a inversiones más seguras de renta fija. Además, la deuda comprada anteriormente cuando las tasas estaban en 0 produce pérdidas con el aumento las tasas, lo cual llevó a Credit Suisse, una institución bancaria de gran prestigio, a una quiebra estrepitosa y sigue siendo una amenaza para grandes bancos en todo el mundo si hay una migración masiva de grandes inversiones hacia la renta fija.
Aunque la inflación parece mitigarse, también los mercados inmobiliarios empiezan a dar señales de deterioro, el mes pasado se publicaron datos preocupantes en las ventas de vivienda ante los costos del crédito. A esto falta sumar las distorsiones en los precios por el conflicto bélico en Europa y las posibles fluctuaciones derivadas de su evolución. El Banco de México, encadenado en lo económico a los devenires de los Estados Unidos, no tiene mucho margen de maniobra pues debe mantener un diferencial alto para mantener atractiva su deuda pública, mientras tolera mansamente tasas de usura para los mexicanos de a pie.
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