El Congreso pone a prueba la razón política. Su teatralidad somete las ideas al examen público de la posición contraria. Toda iniciativa ha de caminar un trámite complejo que saca a luz sus costos e implicaciones. En el recorrido que se sigue desde la propuesta hasta la aprobación de una ley, ha de haber espacio y tiempo para escuchar las voces de quienes podrían resultar afectados. En un congreso democrático el trabajo del parlamento ha de ser, no solamente visible, sino también abierto: capaz de incorporar a los trabajos parlamentarios las propuestas que surgen de la sociedad. Producir reglas que afectan los derechos de la gente, fabricar normas que hacen o deshacen la estructura del poder exige deliberación ponderada. Si México forma su congreso con dos cámaras es porque la máquina de hacer leyes ha de rehusar las precipitaciones del poder vertical.

La mayoría, por supuesto, tiene la última palabra, pero la voz de la mayoría nunca puede ser la única. Tener el control del congreso no da permiso para anularlo como espacio deliberativo, como institución sujeta a reglas. La mayoría tiene permiso de hacer lo que le da la gana. Eso parece afirmar, con sus desplantes, el oficialismo. No hay constitución que respetar, no hay procedimientos a los cuales ceñirse, no hay derechos que merezcan consideración, no hay opinión que valga escuchar. Si tenemos la mayoría es para hacer la voluntad del caudillo.

La mayoría morenista ha hecho espectáculo de su convicción antidemocrática. Un congreso salvaje pasó por el rodillo una serie de reformas legislativas que, más allá de su contenido, vulneran todos los principios de deliberación. Se nos dice que las iniciativas debían ser aprobadas de inmediato, sin ningún examen, sin escuchar las voces de la oposición porque era urgente ratificarlas. El congreso se convirtió en expendio de legislación inmediata. Las urgencias presidenciales tomadas como razón suficiente para anular las providencias legislativas. La mayoría convierte al poder legislativo en un poder ciego, en un poder que abdica de su responsabilidad esencial. Diputados y senadores que legislan, como le gusta al presidente, con los ojos vendados. ¿Quién dudaría de la nobleza de las iniciativas del amado líder? ¿Por qué perder el tiempo leyendo una propuesta si se puede leer después cuando ya hayan cristalizado en leyes al publicarse en el diario oficial?

El comportamiento de la mayoría en las últimas horas del periodo ordinario fue grotesco. Por supuesto, el agandalle legislativo no lo inventa Morena, pero lo lleva a extremos desconocidos. Una catarata de leyes que se aprueban sin el mínimo estudio. El capricho presidencial es una orden para continuar la militarización del país, para desmantelar instituciones públicas, para dinamitar el trabajo científico. Votos a ciegas. Que esa furia legislativa se presente al cuarto para las doce me parece significativo. Las luces de la fiesta lopezobradorista empiezan a apagarse. La legislatura tendrá la atención en otro lado cuando se vuelva a reunir. Muchos estarán ya en campaña. Esta semana era la última oportunidad para aplicar el rodillo de la dominación personalista.

Algo dice la grosera premura con que actuaron los legisladores. El proyecto autocrático del lopezobradorismo ha sido obra más de arrebatos que de diseño. Ese proyecto enfáticamente antiliberal se ha manifestado como acumulación de reacciones presidenciales. El propósito político ha sido claro desde el principio: desmontar todos los contrapesos, centralizar el poder, debilitar las capacidades administrativas del Estado, apostar a la alianza con los militares. Pero el régimen no ha seguido un boceto claro y coherente como el que han trazado otros populismos para perpetuarse en el poder. Por el contrario, en México la marca autocratizante del régimen se ha abierto camino con torpeza. Las enemistades del momento rigen la agenda presidencial. Por eso el árbitro electoral no estaba en las prioridades iniciales de su odio. Por eso, al inicio de su coqueteo con los uniformados, había una reserva de pudor civilista. 

Cuando el régimen se confiesa más abiertamente autocrático es cuando ha iniciado ya su declive temporal, en el momento en que los contrapesos tienen un empaque más sólido para confrontarlo.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *