No podría definirte el lugar exacto, no sabría darte la ubicación precisa del sitio en que la nostalgia se escabulló en mi anatomía, solo sé que la siento ahí como un huésped más. Como un ratón asustado que corrió por su vida, se escondió tan profundamente dentro de una guarida que existía en mí de la que yo ni siquiera me había dado cuenta.

Presiento su mirada huidiza que quiere pasar desapercibida, y ahí donde se encuentra, mueve sus orejas, y hace sonidos tan tenues para no ser descubierto. Aun así, sin lugar a dudas, me aventuro a decirte que está agazapado justamente entre el esternón y mi corazón. Pero sé que si te permitiera diseccionar mi pecho con un filoso escalpelo, solamente observarías mis entrañas vacías, tan serias y mudas que no te dirían nada. El roedor ha cambiado de sitio, tú ya sabes cómo son los ratones. 

Las emociones vagan sin rumbo dentro de mí, como si mi cuerpo tuviera muchas estaciones de paso y un continuo flujo de peaje. A veces, me siento detenida por la melancolía y ralentizo mis pasos confundiéndola con cansancio. Otras más, intrépidas como roedores, se atreven a subir por el ala de mi nariz, deteniéndose en mis ojos hasta que su bullicio alegre, logra desempañar mi visión limitada permitiendo la perspectiva del corazón. Es extraño, pero cuando me abro a creer todas estas posibilidades y aceptar otras funciones desconocidas, mi vida se vuelve menos restringida y cobra más sentido.

Siendo así, admito comprender el lenguaje de tus ojos y de tus manos, porque sé que la comunicación no se acota a las palabras. Me sorprende lo mucho que quieres decirme en tus silencios, así que descifro tus mensajes ocultos como un clamor que trajera el viento cruzando veloz el acantilado, que dice; “ayuda, ayúdame“, y  yo lo interpreto en exclusiva. Solo que para no importunar ni entorpecer, escucho el discurso que dicta tu cuerpo con los labios cerrados, mitad confidente y espectadora.  

Hay días que se desencadenan las tormentas y la inquietud corre como una colonia de ratones, perseguidos por un temor irracional, avanzan de prisa, atropellándose con los ojos brillantes. Mientras me cuestiono que motivó la apertura de las compuertas del miedo, hago gestiones como un detective avezado que caminara siguiendo pistas con una lupa en las manos. Porque no puedo perderme en esa corriente feroz, está en mí mantener el balance, tomar el rumbo. 

Así es, oscilamos con nuestras emociones, se anuncian como las tardes lluviosas con viento que azota las ventanas y da cerrones abruptos a las puertas. Y dicho así, suena muy simple, pero no lo es tanto, pues tienen vida propia, se despiertan al sonido, evocación, comentario o algún recuerdo, como si levantaran el interruptor de la luz y todo se oscureciera o iluminara. Una vez libres, corren por el torrente de mi sangre alegrándome o entristeciéndome hasta invadirme por entero como la unidad que soy. 

Tal vez no tengan un sitio exacto y sean como un saco de canicas que se vació, y aquí radique la inutilidad de querer separarlas por colores  o pretender atrapar en vilo los ratones. El otro día, centrando mi atención en uno de ellos, imaginé que sosteníamos una larga charla y le dije que no era bueno eso de estar huyendo a salto de mata, pero con terquedad, se rehusó a rebelar sus escondites. Así que solo puedo decirte su ubicación por mis sensaciones, finalmente van conmigo, como lo ha estado mi desconocido corazón del que solo siento su latido. 

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