Paradigma de la precariedad laboral en México, los empacadores o cerillos en los supermercados se enrolan como “voluntarios” para subsistir a base de propinas realizando un trabajo que cualquier comprador podría realizar con un mínimo de disposición y diligencia. Jóvenes en edad escolar o ancianos venerables se presentan de manera falaz por sus empleadores como su “responsabilidad social”, al tiempo que les escatiman un sueldo fijo y prestaciones laborales dignas. Parte del paisaje cotidiano y de los “servicios” que las grandes superficies prestan a sus consumidores, como el redondeo y otras estratagemas para evadir impuestos, tanto gobierno como clientes los toleran con el mismo beneplácito dispensado a los cuidadores de coches o a los mendigos. El óbolo que reciben por su empeño es un impuesto más a la desigualdad y explotación laboral.
En ese ambiente, tan cercano como disfuncional, Omar Delgado construye con la misma materia de la que surgieron Shylock o Yago de Shakespeare, un anciano inolvidable, don Abundio, hombre corpulento que en su senectud administra la violencia que lo ha acompañado desde la cuna a través del chantaje y la manipulación. Un individuo, que al igual que el don Jesús de Leñero en Los albañiles, tras la máscara de la ancianidad y la aparente indefensión oculta un ser monstruoso, epítome de la maldad:
Ahí estaba ese fulgor que de seguro encontraría también en las forjas del infierno, ése que nada tenía que ver con la furia explosiva o el con el crimen pasional y que más bien es una llama helada que titila en el fondo del alma de todos los hombres. El rencor, la savia untuosa y corrosiva que corre por las venas de los ángeles caídos, capaz de hacer que un esclavo conquiste un imperio sólo para destruirlo ladrillo por ladrillo, que un hombre seduzca a una mujer casada para luego verla apuñalada por su esposo, que un niño ahogue a su hermano en la cuna para gozar el llanto de su madre. Ese fuego, bien lo sabía Abundio, era el don que el Diablo había otorgado a los hombres desde el principio de los tiempos para abandonar las cloacas y construir una escalera al cielo con los cráneos de sus semejantes. Ese don que lo hacía vivir.
Delgado; autor también de El caballero del desierto (Guía 199, Tachas 186), Premio Iberoamericano Siglo XXI, y de Habsburgo (Guía 218, Tachas 203); dueño de una prosa precisa y de ritmo envidiable, ha cincelado en El caballero del diablo (Nitro/Press, 2022) un monumento urbano a la Tacubaya contemporánea y una reflexión sobre la capacidad del mal para pervivir y multiplicarse. Al igual que las novelas ya mencionadas, sería un excelente germen para una película o una serie de televisión.
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