Por Jeremías Ramírez Vasillas
—Quiobas, vampiro, vámonos a chambear, —le gritó un compañero cuando desayunaba unos tacos en el puesto callejero aledaño a su trabajo.
Le molestaba que le dijeran vampiro, pero cómo evitarlo si era flaco, tenía las orejas un poquito puntiagudas, cara de sepulturero y dientes enormes. Comiera lo que comiera nunca engordaba. “Me cae, pareces vampiro”, le decían cuando lo veían devorar los tacos que más le gustaban: de moronga.
Una noche soñó que era un vampiro y volaba por la ciudad. Se despertó molesto; sintió que su inconsciente lo traicionaba, pero le gustó la idea de volar. Contemplar la ciudad desde los aires era maravilloso. Si yo fuera capaz volar, podría entrar a la recamara de Sonia cuando estuviera durmiendo.
Se dirigió al baño. Frente al espejo se dijo: “¿Y si realmente soy un vampiro…? No creo: me veo en el espejo, no me dan miedo las cruces y muchas veces me ha caído agua bendita y no me quema. Además, me encanta el sol y… Nel, no soy vampiro”.
Un viernes, día de su cumpleaños, regresaba a su casa. Se sentía triste porque nadie se había acordado de su día. Si al menos Sonia le hubiera regalado una sonrisa, pero lo ignoró dos veces cuando la encontró en los pasillos.
Llegó a la puerta del edificio donde vivía. Intentó abrir la puerta, pero la ausencia del foco que alguien se había robado le impidió ubicar la ranura de entrada de la llave. Sacó su celular y encendió la pantalla y, en ese instante, un tipo con sombrero y vestido de negro, con la cara pálida como de muerto, se le acercó.
—Hola, Jerónimo —dijo el tipo con voz cavernosa.
—¿Me… conoce? —dijo Jerónimo desconcertado.
—Sí, pero tú a mí no… todavía. Soy un mensajero que ha venido a decirte que ha llegado el momento de que sepas quién eres y te unas a la familia.
—¿Familia?
—Te están esperando en Transilvania —dijo haciendo la voz aún más grave y luego lanzó una carcajada estentórea. Jerónimo alcanzó a ver un par de colmillos que brillaron con la luz de su celular. Luego el tipo se abalanzó sobre él. Jerónimo dio un salto hacia atrás y se escabulló y empezó a correr. Unas carcajadas lo detuvieron. Se dio media vuelta y vio a sus compañeros de trabajo que salían de varios autos. El tipo de negro se quitó el disfraz y reconoció a Domínguez, un tipo gordo del departamento de contabilidad.
—Te sacamos un buen pedito —decían todos divertidos.
Advirtió que traían botellas, un pastel y botana. Era la primera vez que le daban una sorpresa de este tipo. Se acercó y uno a uno lo fueron abrazando. La mayoría seguía riendo al ver su cara asustada.
Entraron a su departamento y empezó la fiesta. Pronto el tequila y la música le disolvieron el susto y, más aún, Sonia, que un tanto ebria, se puso cariñosa con él. Pasadas las doce de la noche poco a poco se fueron retirando. Sonia se despidió de él con un beso prolongado.
Cuando se quedó sólo se tiró sobre su cama feliz. Aun sentía el calorcito de los labios de Sonia. Espero que el lunes no me salga con que no se acuerda de nada. Luego la imaginó vestida de novia. “Caray, ya me fui muy lejos, pero como me gustaría casarme con ella”.
Se durmió. A media madrugada despertó. Sentía que alguien estaba en su cuarto. Advirtió, de pronto, en la penumbra una silueta de una persona con sombrero vestida de negro.
—Hola Jerónimo, tú no me conoces…
—¿Otra vez Domínguez? No chingues, ya vete a tu casa y déjame dormir.
Pero el tipo no se movía. Prendió la lámpara del buró y vio que, en el espejo del tocador frente a su cama el tipo de negro no se reflejaba.
—Es hora de que sepas quién eres y te reúnas con la familia.
De pronto, el tipo estaba junto a él y le puso una mano sobre la cabeza y Jerónimo vio cómo su imagen en el espejo lentamente se fue desvaneciendo.
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