En tardes como hoy, abro completamente la puerta que dejé entornada, y tu voz se escapa corriendo como lo hace el viento en estas tardes nubladas que presagian lluvia. Cierro mis ojos y te escucho, porque el sonido no viene de afuera, no necesito buscarlo en los objetos ni en la cocina, ni en la alameda, no, no es una voz audible para los otros porque mora en mí. Y así, bajo estas condiciones, que unen dimensiones y planos diferentes, mirándonos con los ojos del alma, mantenemos una conversación privada. 

Durante años, me llené de tu risa que me era tan preciada, la almacené en la colmena de mi pensamiento, te permití habitar mi corazón en sus profundas cavernas, me acostumbré a tu vida silenciosa en mi vida, como la cosa más natural, como si los vasos comunicantes que nos alimentaban estuvieran en el mismo nivel, como esas canales que alimentan dando vida a la tierra, penetrando en cada surco, algo similar. Y es que así, asimilando que siempre estarás conmigo, mi vida trascurre de forma placentera, no hay arrebatos ni ataduras, solo una aceptación de tu vida en mi esencia y mis sentidos.

El otro día por ejemplificar, la alegría me inundó, cómo explicarlo, fue como si me hubiera quedado sumergida bajo  una ola benévola. Me sentí plena, completamente inmersa en tu recuerdo grato, en tu risa fresca, y en ese manantial profundo que eres tú, me perdí.

Supe que estabas orgullosa y me lo susurrabas en el oído, me dijiste muchas más cosas que solo yo pude oír porque era una conversación privada, silenciosa, aislada en mi pensar. Dejé llegar el murmullo de tus palabras, que en un primer momento eran inteligibles, pero después se volvieron de una nitidez asombrosa, a tal grado, que supe que de haber abierto mis ojos, tú estarías ahí. 

En esa aceptación permanecí, asumiendo que el mapa no muestra a detalle el territorio, la vida es más que unas líneas sobrepuestas. Se traduce a una urdimbre que tejiste en mi corazón, que trabajaste arduamente hasta envolverlo como una crisálida de la que broté yo con mis alas nuevas y coloridas que agradecidas, saludaron al sol. 

¿Que, qué me dijiste? Me preguntan. Lo siento, son conversaciones privadas. Dejo a un lado el intento de explicar algo tan complejo, que se pondría en duda y creerían que me lo he inventado. Pero saben que algo sucede en mí, presienten que me he duplicado y están ante dos personas. Y no se equivocan, somos ella y yo platicando, o soy yo escuchando, sintiendo sus brazos frescos de lluvia. 

En tardes como hoy, decido que ya no admito puertas entornadas, prefiero abrirme a  la posibilidad del libre tránsito sin fronteras. Considero mantener más conversaciones privadas, como quien admite que hay una entrada al infinito, por donde entra el sol, la lluvia, tu voz, Tú, Tú. 

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