No hay elección que se anuncie ordinaria. Toda elección se pinta como si fuera la última oportunidad de una generación. En cada ocasión se habla del voto que habrá de decidir, no solamente quién gobierna sino qué país, qué estado, qué ciudad tendremos en las siguientes décadas. Me atrevo a repetir el lugar común porque la elección que viene, la del 24, lo será, efectivamente. Dentro de un año se definirá la naturaleza de nuestro régimen político. Pero la clave de la elección no estará en la presidencia, sino en el congreso.
Esa será la novedad histórica de la elección del 24. Ojalá los partidos políticos se percaten de ello. La decisión más importante no será nombrar a quien ocupe la presidencia, sino la composición de la legislatura. La campaña presidencial será, como siempre, la más visible. Seguimos creyendo que del presidente depende la historia del país. La decisión presidencial será, por supuesto, importantísima. Pero, por las batallas que vienen, la verdadera decisión está en la composición del Congreso federal. Ahí se juega la vida de la constitución y la sobrevivencia del pluralismo democrático.
A un año de distancia, no veo señales de que la contienda presidencial termine siendo reñida. Las ventajas del oficialismo parecen hoy irremontables. Subrayo mis cautelas: estamos a un año de distancia de la elección y lo que vemos hoy es retrato de algo que puede modificarse sustancialmente en los próximos meses. La sorpresa, es la cotidianeidad de la política. Pero para cualquiera que abra los ojos, las cosas pintan bien para Morena y mal para las oposiciones. El partido del presidente arranca con mayores simpatías y con una creciente presencia territorial. Las oposiciones siguen sumergidas en un profundo desprestigio y no afloran aún candidaturas atractivas. Hay peligros serios de ruptura en una alianza que no termina de cuajar. El presidente sigue siendo un activo electoralmente poderoso. No se percibe urgencia por el cambio. La opinión pública tiene una percepción de que las cosas, a excepción de la seguridad, marchan bien y está dispuesta a seguir respaldando al nuevo partido mayoritario. La encuesta que Reforma publicó hace unos días (25 de mayo) debe ser analizada con mucha seriedad. Los desafíos que enfrenta la oposición son profundos y deben ser estudiados fríamente. El régimen, por lo demás, se muestra dispuesto a emplear todos los instrumentos, incluidos los abiertamente ilegales, para arrasar en el 24. Tenemos frente a nosotros un operativo de Estado para ratificar el predominio de Morena. Por eso la oposición tiene que avisparse.
Desde luego, muchas cosas pueden suceder. El punto que quiero hacer no es que la elección presidencial esté decidida, sino que la elección vital del 24 es la elección del Congreso. Si las oposiciones deben poner todo su empeño por construir una alianza para la elección presidencial, será tanto o más importante presentar opciones unitarias y competitivas para la legislatura. La división en este frente puede hacer realidad el peor escenario para la vida democrática del país: una fuerza política con la capacidad de imponer por sí sola cambios en la constitución que desnaturalicen la democracia. Si la oposición no entiende lo que está en juego, si no presenta una estrategia electoral inteligente, podemos ver al Congreso dándole la estocada mortal a la democracia mexicana.
No puede exagerarse lo que se juega el año que entra en la elección del Senado y la Diputación. Si la alianza opositora se rompe por apostarlo todo a la candidatura presidencial, si no valora el peso que tendrá la representación legislativa como frente de resistencia pluralista, el país puede entregarse a una nueva hegemonía autoritaria. Eso es lo que está en juego: la constitución y el pluralismo. En la elección legislativa se juega la sobrevivencia de la ley suprema como espacio de coincidencias esenciales y no como el burdo instrumento de una mayoría. Se juega también la expresión de una pluralidad que no se reduce a las corrientes de una fuerza hegemónica.
El aviso es claro. El presidente pretende imponerle agenda a su sucesor. Está convencido de que existen aún instituciones por demoler y está empeñado en coronar su obra con el cadáver de las autonomías sobrevivientes.