La decisión más importante de un gobernante es la última que toma: su sucesión. Si se equivoca, todo lo bueno que haya hecho en su mandato correrá el riesgo de la extinción y el juicio adverso de la historia. Si acierta en ella, todos sus errores le serán absueltos u olvidados.

El “estilo personal de gobernar” del presidente AMLO (Cossío Villegas dixit) es conocido, e incluye tenacidad, asertividad discursiva, valentía, firmeza y provocar debates (hay quienes le llaman polarización). Es el sello de un presidente gladiador, al que le gusta enfrentar y someter a los poderes fácticos en la plaza pública.

Este estilo gusta a siete de cada 10 mexicanas y mexicanos. 

Si a todo ello se agrega la virtual victoria por la gubernatura en el estado más importante del país, el Estado de México, el escenario sería de ensueño para el triunfo presidencial de Morena y sus aliados en 2024.

El domingo 2 de junio será la elección más grande en la historia del país, y el proyecto es que ese día también Morena emerja como el nuevo partido mayoritario de México, para iniciar la versión 2.0 de la 4T.

¿Todo está irreductiblemente escrito? No. ¿Hay debilidades y amenazas? Por supuesto que sí. Mencionaré las más ostentosamente evidentes. Son los cisnes negros (¿o zopilotes?) de la elección presidencial.

El más inmediato es la fractura interna. Una escisión en Morena abriría la posibilidad de una derrota electoral.

El presidente es consciente de este riesgo y seguramente buscará evitarlo. Ha señalado que habrá “renovación generacional”, que el objetivo es una “continuidad con cambio” (no continuismo personalista) y que “la unidad” es el bien político más valioso para el movimiento.

Debido a que coincido plenamente con el planteamiento del presidente, he señalado que participaré en la encuesta y respetaré los resultados que ésta arroje, aunque igualmente promoveré el método alternativo que Morena contempla, que es el acuerdo político entre las partes.

¿Cómo lucen en este momento los posicionamientos internos de la y los aspirantes? En estricto orden alfabético:

Adán Augusto: si la sucesión es entre hermanos, es el más hermano del presidente, porque se apellida igual y nació en el mismo lugar. Lo acompaña desde su primera campaña en Tabasco, y su carácter conciliador es garantía de unidad al interior y al exterior del movimiento.

Claudia: además del “cambio generacional”, representa un cambio de género, en una época en que el empoderamiento de las mujeres es un fenómeno social universal. Este doble mensaje de cambio (generacional y de género) le da un torque de arranque muy fuerte a su aspiración.

Marcelo: es el más experimentado en el servicio público. Demostró lealtad y disciplina en 2012, al dejar pasar y reconocer la segunda candidatura presidencial de AMLO. Sumaría a Morena segmentos sociales, económicos y políticos que por ahora no están con la 4T, dentro y fuera del país.

Ricardo: sin que suene a halago en boca propia, me considero el de mayor experiencia legislativa y de gobierno, formado en la concepción de que la política es para sumar y multiplicar, mediante la reconciliación de los extremos, y que la resta y la división son sólo coyunturales.

Otros cisnes negros que podrían surgir son la contaminación resultante de la intervención del crimen organizado en alguno de los niveles de las elecciones locales; la participación disruptiva de intereses económicos y políticos afectados por la 4T y la decisión de casi 30 millones de votantes jóvenes que habrán de sufragar por primera o segunda ocasión en una elección presidencial. 

Domingo 2 de junio de 2024: ganable, sí; pero aún no ganado.

 

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