El oficialismo ha hecho pública su ruta para el relevo presidencial. El día de ayer se dieron a conocer las reglas que deberán seguir los contendientes, los plazos a que habrá de ajustarse la competencia, el tipo de encuestas que se utilizarán y la fecha en que se elevará el humo blanco. El acuerdo tiene el reconocimiento de todos los precandidatos, quienes se han comprometido explícitamente a respetar el veredicto y apoyar al ganador. Hemos visto una muestra de unidad que hace improbable la escisión en Morena. Se busca amarrar el compromiso de los contendientes con el proceso, evitar al máximo las fricciones, repartir los beneficios del poder. El polo gobernante sigue marcando el tiempo de la política, controlando la agenda pública, capturando la atención.
Todo indica que el proceso lo tienen “atado y bien atado”. Esa expresión la empleó Francisco Franco, el dictador español, en su mensaje de año nuevo de diciembre de 1969. “Respecto a la sucesión a la Jefatura del Estado, sobre la que tantas maliciosas especulaciones hicieron quienes dudaron de la continuidad de nuestro Movimiento, todo ha quedado atado, y bien atado, con mi propuesta”. Esa es la intención del documento que se hizo público ayer por la tarde: anticipar todos los peligros para asegurar la prolongación del proyecto lopezobradorista. Resulta evidente que el peligro que se ve no es el desafío opositor, sino una posible ruptura en Morena. El peligro es la escisión y eso es lo que encaran las reglas sucesorias. Dejar las cosas tan bien amarradas que no dejen espacio para el pleito y que impidan la ruptura.
Hay, sin embargo, una vaguedad esencial en la convocatoria y una contradicción insalvable. La vaguedad es el llamado a portarse bien. A repetir los mandamientos del profeta, a tratarse con respeto, a ser austeros. Ningún funcionario público, representante o dirigente partidista debe hacer campaña. Gobernadoras, secretarios, alcaldesas deberán observar en silencio las campañas que no pueden llamarse campañas. Después de la cargada que hemos visto en los últimos meses, ¿será posible la neutralidad? Lo más delicado es que no se aborda el asunto medular de todo proceso político contemporáneo: el financiamiento del proselitismo. No gasten mucho, es lo único que se dice en la convocatoria. ¿Cómo se pagarán los eventos, los traslados, el alojamiento de los equipos, la pinta de las bardas, la publicidad? El partido no aporta fondos a los candidatos, no se definen límites de gasto, no se transparenta el mecanismo de financiamiento. No se pide siquiera a los candidatos un informe de gastos al final del proceso.
La contradicción está en una competencia que no se atreve a decir su nombre. Es cierto que la legislación obliga a los partidos a la simulación. Impedidos para hacer en estos tiempos, una precampaña abierta, impedidos para designar aún a un candidato, los partidos no pueden llamar a las cosas por su nombre. El candidato de Morena que en septiembre aparezca de la encuesta, no será candidato, sino defensor de la transformación, o algo así. El partido gobernante prohíbe los debates entre los pretendientes. Se les invita a hablar de sus propuestas, pero se cancela la posibilidad de cuestionar a sus rivales. A Morena le aterra la polémica interna. ¿Cómo puede llamarse democrático un proceso político que no permite el contraste, no solamente de ideas, sino de personalidades, trayectorias, estilos?
En la convocatoria se perciben los resortes sectarios: por ningún motivo pueden mostrarse fisuras al interior del “movimiento”. De este modo, se nos invita a un teatro de falsa fraternidad. Hijos todos de un mismo padre que jamás consentiría el disenso entre sus descendientes. Si se pelean entre ustedes, me ofenden a mí. La contienda interna está diseñada para ser una competencia de halagos. Una carrera de abyecciones. El sectarismo de la convocatoria se expresa de manera más grotesca con la prohibición a los fieles de entrar en contacto con los medios críticos. No escuchen, no hablen con los de fuera.
Morena hace su trabajo, mientras las oposiciones siguen en la luna. Sabe cuál es el peligro y plantea una estrategia para conjurarlo. Pero los amarres de su convocatoria no son sellos invencibles. Lo que el dictador español imaginaba como atado y bien atado, terminó desabrochándose en una democracia.