Entre las casas encuestadoras más conocidas, hubo una clara tendencia a sobreestimar a Morena en las elecciones de este año: en el Estado de México el promedio de la inmensa mayoría de ellas era mucho mayor a los 8 puntos con los que ganó Delfina Gómez; prácticamente todas llegaron al fin de semana de la elección con ventaja de dos dígitos. Y en Coahuila, ninguna anticipó la brutal ventaja con la que ganó Manolo Jiménez, de la alianza PRI-PAN-PRD.

Además, todo apunta a que también en las encuestas, Morena es el nuevo PRI. Cuando el PRI ocupaba la Presidencia era común que las encuestas sobreestimaran al partido en el poder. ¿Por qué? Según me dicen expertos en la medición de opinión pública, cuando les preguntan a los encuestados de dónde creen que es la encuesta que acaban de contestar, la mayoría dice que es del gobierno. Si a esto se le suma que en las campañas uno de los temas centrales es que si pierde Morena se podrían acabar los programas sociales, no es de extrañar que un relevante segmento de la población se sienta obligado a decir que va a votar por Morena cuando en realidad en la privacidad de la urna no lo hace así. El voto oculto es a favor de la oposición. Ah, ¿pero de quién es la culpa? Si el ciudadano no contesta con la verdad porque le tiene miedo al gobierno, la culpa no es del gobierno que amenaza, es del encuestador. Encima, la profusa circulación de encuestas no profesionales, manipuladas para insertarse en la narrativa de una de las campañas, mina la credibilidad del ejercicio en general.

En este contexto, ahora se plantea que la elección del candidato presidencial de Morena sea justo a través de encuestas propuestas por el partido y por los aspirantes, sujetas a ser vetadas si se equivocaron y supervisadas por las propias corcholatas. Primero, cada corcholata podrá sugerir dos casas encuestadoras para que, de todas esas, se seleccionen a 4 por sorteo. Y segundo, junto a cada encuestador podrá ir un representante de cada corcholata. Imagine usted el escenario: llegará a cada hogar un contingente de 7 personas a preguntar la opinión secreta de un miembro de ese hogar seleccionado estadísticamente para que responda con la verdad. Muy alejado de las buenas prácticas que se recomiendan para este tipo de ejercicios basados en la opinión, si lo que se busca es obtener respuestas reales de la gente. La cosa se pone peor si hay que movilizar a toda esa tropa a algún sitio remoto que haya sido seleccionado en la muestra.

Es un desafío instrumentar algo así. O quizá, es un galimatías diseñado deliberadamente para que las encuestas se contradigan unas a otras, y la decisión final la tome el presidente de la República.

 

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