En 1971, media docena de estudiantes de posgrado de la Universidad de Oxford organizaron lo que quizás fue la primera protesta del movimiento moderno por los derechos de los animales. Insistían en que respetar a los animales era un imperativo moral.

Y el mundo cambió.

Pero no de inmediato. Aunque uno de esos estudiantes, un joven filósofo australiano llamado Peter Singer, convirtió sus ideas en un libro transformador de 1975, “Liberación animal”, que inicialmente fue objeto de burlas por su extralimitación. “El movimiento animalista todavía era visto como una locura”, recuerda Singer.

Sin embargo, cualquiera que piense que las ideas son irrelevantes en una era práctica, debe reconsiderarlo. Los argumentos de Singer provocaron una revolución en cámara lenta que ha cambiado la manera en que tratamos a otros animales.

Singer acaba de publicar una nueva edición del libro, actualizada y titulada: “Animal Liberation Now”. Es un monumento a la notable difusión de las ideas que articuló en 1975. Al menos nueve Estados y la Unión Europea ahora prohíben los corrales para terneros, las jaulas para gallinas o los establos estrechos para cerdas. Las principales cadenas de supermercados de Estados Unidos acordaron vender solo huevos de gallinas no enjauladas para 2026, y McDonald’s hizo lo mismo.

Un tribunal de Argentina aceptó que el derecho hábeas corpus se aplica a un chimpancé. Israel y California han prohibido la venta de abrigos de piel. El papa Francisco sugirió que los animales van al cielo y que la Virgen María “se lamenta por los sufrimientos” del ganado maltratado.

Cómo han cambiado los tiempos. Cuando Mary Wollstonecraft abogó por los derechos de la mujer en 1792, a algunos les pareció tan ridículo que un escritor satírico se burló de ella reclamando también los derechos de los animales. Ahora no se cuestiona (al menos en abstracto) que los derechos se extienden a personas de todas las razas y religiones, incluidas las mujeres, y en algunos casos también a los animales. Cuando los votantes se enfrentan a referendos sobre los derechos de los animales, a menudo los aprueban con amplios márgenes.

Sin embargo, hay mucho más por hacer, como documenta la nueva edición del libro de Singer.

La agroindustria ha tenido mucho éxito en dos cosas: producir proteínas muy baratas y ocultar a la vista del público la crueldad que se ha arraigado en la agricultura industrial para reducir costos.

Un individuo que azota a un perro corre el riesgo de ser arrestado, pero los directores ejecutivos cuyas empresas torturan pollos son celebrados por su perspicacia comercial. El maltrato animal individualizado es un delito, pero el maltrato animal sistemático es un modelo de negocio.

Singer escribe sobre cómo se han criado aves de corral para que crezcan con suma rapidez y con pechugas enormes, ya que la carne de pechuga es particularmente valiosa. Según una estimación, si los bebés humanos crecieran al mismo ritmo que los pollos de engorde de hoy, a los dos meses pesarían poco menos de 300 kilogramos, por lo que no sorprende que las patas de los pollos a menudo lleguen al límite y que, según algunos informes, sufran de dolor crónico.

Cuando los animales se reducen a artilugios para maximizar las ganancias trimestrales, es inevitable que haya malos tratos. Según informes, una granja en San Diego se deshizo de 30,000 gallinas vivas que se retorcían (ya que aparentemente no producían suficientes huevos) introduciéndolas en una astilladora de madera. Era lo rentable.

Durante los últimos seis años, he evitado la carne, en parte por los escritos de Singer, en parte por mi experiencia en la cría de ganado y aves de corral en nuestra granja familiar, y en parte por la insistencia de mi hija. Pero me desconciertan las complejidades.

No como alimentos de granjas industriales, pero ¿está bien comer animales de granja que fueron criados humanamente? (Podría estar abierto a eso; después de todo, sí como carne de animales como alces que fueron cazados, en parte porque los depredadores naturales son escasos). Dejé de comer pulpo después de leer un libro sobre su inteligencia y empatía, pero ¿qué pasa con los camarones? (Por ahora, sí como camarones y otros mariscos). Para mí, el tema central es, como lo expresó el filósofo Jeremy Bentham en el siglo XVIII: “El asunto no es si pueden razonar, o hablar, sino si pueden sufrir”. Y las respuestas para, por ejemplo, las ostras, no siempre son obvias.

No hemos descifrado nuestras obligaciones morales con los demás humanos, por lo que quizás sea comprensible que no hayamos resuelto nuestras obligaciones con los moluscos. Pero la manera en que la gente lucha para responder estas preguntas me parece un indicador del progreso moral y del poder de las ideas.

“Las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando tienen razón como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree”, escribió John Maynard Keynes. “De hecho, el mundo está gobernado por poco más. Los hombres prácticos, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, suelen ser esclavos de algún economista difunto”.

Y es así que el libro de un filósofo publicado originalmente hace casi medio siglo pinchó nuestras conciencias y cambió lo que estará en las parrilladas de verano en todo el mundo. Esa es la fuerza moral de una idea cuyo tiempo ha llegado.

 

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