Por Gina Kolata de The New York Times en exclusiva para AM.
Estados Unidos.– Los investigadores del cáncer rectal han logrado una hazaña sobrecogedora al demostrar en un gran ensayo clínico que los pacientes evolucionan igual de bien sin radioterapia que con ella.
A más de 10 mil pacientes al año en Estados Unidos, los resultados, revelados en la reunión anual de la Sociedad Estadounidense de Oncología Clínica y en un artículo publicado en New England Journal of Medicine, podrían darles la opción de prescindir de un tratamiento contra el cáncer que a veces tiene efectos secundarios graves.
El estudio es parte de una nueva dirección para los investigadores del cáncer, afirmó Eric Winer, presidente de la organización oncológica, pero quien no estuvo involucrado en el ensayo.
“Ahora que los tratamientos contra el cáncer han mejorado, los investigadores empiezan a hacerse preguntas distintas”, comentó. “En vez de preguntarse cómo se puede intensificar la terapia contra el cáncer, se preguntan si hay elementos de los tratamientos exitosos que se puedan eliminar para darles una mejor calidad de vida a los pacientes”.
Por eso, los investigadores volvieron a analizar el tratamiento estándar del cáncer rectal, el cual afecta a 47 mil 500 personas al año en Estados Unidos (aunque el tipo de enfermedad que se estudió afecta a unos 25 mil estadounidenses cada año).
Daños de la radioterapia
Durante décadas, se solía utilizar radiación pélvica. Sin embargo, la radiación produce una menopausia inmediata en las mujeres y daña la función sexual en hombres y mujeres. También puede dañar el intestino y causar problemas como la diarrea crónica. Las pacientes corren el riesgo de sufrir fracturas pélvicas y la radiación puede provocar otros cánceres.
No obstante, según el estudio, la radioterapia no mejoraba los resultados. Tras una mediana de seguimiento de cinco años, no hubo ninguna diferencia en las medidas clave -la duración de la supervivencia sin signos de reaparición del cáncer y la supervivencia general- entre el grupo que había recibido el tratamiento y el que no. Y, a los 18 meses, no hubo diferencias de calidad de vida entre los dos grupos.
Para los especialistas en cáncer de colon y recto, los resultados pueden transformar la vida de sus pacientes, señaló Kimmie Ng, codirectora del centro de cáncer de colon y recto del Instituto Oncológico Dana-Farber, quien no fue autora del estudio. “Ahora, en especial, con pacientes cada vez más jóvenes, ¿en verdad necesitan la radiación?”, cuestionó. “¿Podemos elegir cuáles pacientes pueden prescindir de este tratamiento extremadamente tóxico que podría tener consecuencias de por vida, como infertilidad y disfunción sexual?”.
John Plastaras, radiooncólogo del Centro Oncológico Abramson del Centro Médico de la Universidad de Pensilvania, mencionó que los resultados “sin duda son interesantes”, pero añadió que le gustaría ver un seguimiento más prolongado de los pacientes antes de concluir que los resultados con las dos opciones de tratamiento son equivalentes.
Tratamiento experimental
El ensayo se enfocó en pacientes con tumores que se habían extendido a los ganglios linfáticos o los tejidos que rodean el intestino, pero no a otros órganos. Este subgrupo de pacientes, cuyo cáncer se considera localmente avanzado, constituye casi la mitad de los 800 mil pacientes con cáncer rectal recién diagnosticados en todo el mundo.
En el estudio, 1194 pacientes fueron asignados de forma aleatoria a uno de dos grupos. Un grupo recibió el tratamiento estándar, un calvario largo y arduo que empezaba con radioterapia, le seguía una cirugía y, después de que los pacientes se recuperaban de la operación, finalizaba con quimioterapia a discreción de su médico.
El otro grupo recibió el tratamiento experimental, que consistía primero en quimioterapia a la que le seguía una cirugía. A discreción del médico, podía administrarse otra ronda de quimioterapia. Estos pacientes solo recibieron radioterapia si la quimioterapia inicial no había reducido el tamaño de sus tumores, lo cual ocurrió tan solo el nueve por ciento de las veces.
No todos los pacientes cumplieron los requisitos para participar en el ensayo. Los investigadores excluyeron a quienes tuvieran tumores que parecían demasiado peligrosos para recibir solo quimioterapia y cirugía.
“Pensamos que era demasiado arriesgado”, afirmó Deborah Schrag del Centro Oncológico Memorial Sloan Kettering, quien dirigió el ensayo. Esos pacientes recibieron la radioterapia estándar.
Schrag y Ethan Basch, de la Universidad de Carolina del Norte, campus Chapel Hill, también dieron un paso más allá y les pidieron a los pacientes que informaran sobre su calidad de vida: ¿cuánto dolor sentían? ¿Cuánto cansancio tenían? ¿Cuánta diarrea? ¿Sufrían neuropatía, es decir, hormigueo y pérdida de sensibilidad en manos y pies? ¿Cómo era su vida sexual? ¿Se resolvieron los síntomas? ¿Cuánto tardaron en menguar los síntomas?
Cuando el 80 por ciento de los pacientes vive después de cinco años, consideramos que viven bien”, comentó Schrag.
Síntomas distintos
Los dos grupos presentaron síntomas distintos en momentos distintos. Sin embargo, después de dos años, se observó una tendencia hacia una mejor calidad de vida en el grupo que había recibido quimioterapia. Y, según una medida -la función sexual masculina y femenina- al grupo de quimioterapia sin duda le había ido mejor.
Al principio, quienes recibieron quimioterapia sin radiación tuvieron más náuseas, vómitos y cansancio. Un año después, según Basch, el grupo sometido a radiación sufría más, con cansancio, deterioro de la función sexual y neuropatía.
“Ahora, para decidir si quieren radioterapia o quimioterapia, los pacientes pueden ver cómo les fue a los del ensayo y decidir qué síntomas les importan más”, mencionó Basch.
Este tipo de ensayo clínico es desafiante. Se conoce como estudio de disminución escalonada porque elimina un tratamiento estándar para ver si es necesario. Ninguna empresa pagará por un ensayo de este tipo. Y, como lo descubrieron los investigadores de cáncer rectal, incluso los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por su sigla en inglés) fueron reacios a apoyar su estudio, bajo el argumento de que los investigadores nunca iban a convencer a suficientes doctores de que inscribieran a pacientes y que, aunque lo hicieran, muy pocos pacientes aceptarían participar, por temor a poner en riesgo su salud.
Aunque finalmente los NIH accedieron a patrocinar el estudio, sus dudas eran justificadas: los investigadores tardaron ocho años en inscribir a 1194 pacientes en 200 centros médicos.
“Fue brutalmente difícil”, opinó Alan Venook, de la Universidad de California, campus San Francisco, quien ayudó en el diseño del estudio.
Schrag hizo notar que se necesitaban “pacientes de una valentía increíble” y doctores que confiaran en que el estudio era ético.
“Se vive con esto en la conciencia”, comentó Schrag.
Venook afirmó que el estudio era un triunfo en más de un sentido.
“En el cáncer rectal, hay escuelas de pensamiento”, mencionó. “La gente cree conocer la respuesta correcta”.
Por lo tanto, para que el estudio tuviera éxito, Venook agregó: “Cirujanos, oncólogos y radiooncólogos deben estar convencidos del protocolo”.
Peña evitó la radiación
Y, por supuesto, también los pacientes como Awilda Peña, de 43 años, de Boston, quien descubrió que tenía cáncer rectal a los 38 años.
“No lo podía creer”, admitió.
Según Peña, aceptó participar en el ensayo porque “me motivaba la esperanza” de poder evitar la radiación y curarse.
Su esperanza se consumó: fue asignada de forma aleatoria al grupo que no recibió radiación y quedó tranquila cuando los investigadores le dijeron que la iban a monitorear de cerca durante cinco años. “Eso me dio fuerza”, mencionó Peña, quien ya no tiene cáncer.
“No lo haces solo por ti”, comentó. “Estás ayudando a los mejores científicos e investigadores. Corres un riesgo, pero aportas algo”.
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