Son los constructores de Dios. Le han llamado “el nuevo padre de la patria”. Los aspirantes a la presidencia, así como los morenistas más conspicuos, disparan sin pudor alguno elogios destinados a atraer la mirada, a congraciarlos con el gran reformador. Algunos le ofrecen altos cargos a su estirpe. Otros repiten cínicamente sus palabras, con la intención de transmitir la idea de que son semejantes en todo al nuevo héroe nacional.

Los atributos del caudillo, sin embargo, son intransferibles. Mauricio Merino escribe que ninguno de ellos heredará su carisma, ni podrá repetir la hazaña electoral de 2018: “Por el contrario, la personalidad de cada uno pesará como una losa a la hora de las comparaciones con el líder insustituible, por más que se esmeren en parecerse la modelo original”.

Lo saben bien las “corcholatas” que sueñan con llegar a la presidencia de la República. No podrán compararse con López Obrador. Tendrán que conformarse con gobernar bajo su sombra y prodigar los adjetivos destinados a consagrar su figura y “su obra”.

La vulgar exhibición que hemos visto en estos días de campañas simuladas me hizo recordar la historia de otros que también comprendieron que tendrían que gobernar bajo la sombra de un líder insustituible.

Esa historia está en un ensayo de John Gray, publicado por Sexto piso: La Comisión para la Inmortalización. Vale la pena contarla porque se está cumpliendo un siglo de todo aquello y en muchas partes del mundo hay gente interesada en volver, con los matices necesarios, al mismo punto.

En agosto de 1923 la anarquista Fanny Kaplán atentó contra la vida de Vladimir Ilich Uliánov, Lenin. El líder comunista y fundador de la Unión Soviética sobrevivió al ataque, pero ya no pudo reponerse. Desde el otoño de 1923 su salud entró en una fase de declive que finalmente lo extinguió el 21 de enero de 1924.

Según Gray, las actas del Politburó revelan que mucho antes de su muerte se discutió sobre el futuro de la revolución y sobre lo que habría de hacerse con el cuerpo. Stalin se opuso a la incineración y votó por embalsamarlo para aprovechar la creencia de que los cuerpos de los santos eran incorruptibles “y canalizar los sentimientos religiosos de los rusos en beneficio del régimen”. La revolución solo podría continuar bajo la sombra del líder. Gray relata que, además del cálculo político, en la Unión Soviética de 1924 existía la convicción de que tarde o temprano la ciencia podría vencer a la muerte.

El comité encargado de organizar el funeral cambió su nombre por el de Comisión para la Inmortalización.

Uno de los miembros del Politburó, Leonid Krasin, intentó congelar el cuerpo de Lenin en tanto la ciencia lograba arrancar al camarada de la muerte, e instó a que el mausoleo en que el líder yacería superara la grandeza y suntuosidad de La Meca.

El arquitecto encargado de diseñar el mausoleo, Alexei Shchúsev, propuso que la cripta adoptara la forma de un cubo: “En arquitectura, el cubo es inmortal”. Según Kazimir Malévich, dicha figura era la representación de una dimensión donde la muerte no existía, facilitaba “una serie de circunstancias con las que podemos mantener la vida eterna de Lenin, derrotando a la muerte”.

El propio Malévich sugirió que debería existir un cubo en cada casa, en cada fábrica, en cada oficina del país. Era necesario, a toda costa, mantener presente al líder muerto.

El partido ordenó que se distribuyeran los cubos. Se instalaron en todo el país santuarios conocidos como “rincones de Lenin”.

Los funerales celebrados bajo un frío de menos 30 grados atrajeron a millones de personas. El propio Stalin fue uno de los que se echó aquel féretro al hombro.

Cuenta Gray que el cadáver embalsamado fue metido dentro de un féretro de cristal, al que se intentó mantener fresco mediante un sistema de refrigeración. El cuerpo, sin embargo, se empezó a arrugar y a ennegrecer. No podían permitirlo. No se escatimaron esfuerzos para que aquel “muñeco sin vida” se conservara más o menos intacto.

Cuando en julio de 1941 los nazis avanzaron sobre Moscú, el cadáver de Lenin fue evacuado antes que ningún otro habitante de la ciudad. Cuenta Gray que cada 18 meses un sastre de la KGB le confeccionaba a Lenin un traje nuevo, y que durante décadas se siguió tratando al cadáver como a una persona viva. De hecho, en 1973, cuando se renovaron los documentos del partido, a Lenin se le emitió la credencial número uno.

A Gorbachov le impidieron cerrar el mausoleo e inhumar los restos. De hecho, aún hay un equipo encargado de borrar del cuerpo cualquier señal de deterioro. Relata Gray: “Tras una restauración realizada en 2004, se anunció que Lenin tenía un aspecto más joven del que había tenido en décadas”.

 

@hdemauleon

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